sábado, 6 de julio de 2024

CALI PACHANGUERO

 CALI PACHANGUERO

 

No era un bailarín experto, pero su corazón latía al compás de la salsa, y eso era suficiente. La joven le sonrió, y juntos se dejaron llevar por la música. En esos momentos, los problemas y las luchas parecían desvanecerse, reemplazados por la simple alegría de bailar y dejar que la música hiciera lo suyo. Al final de la canción, Carlos estaba sin aliento, pero su sonrisa era más amplia que nunca. La joven lo abrazó brevemente y luego volvió con sus amigos, dejándolo nuevamente solo, pero esta vez con el corazón lleno de una renovada esperanza.

 

Mientras terminaba su cerveza, Carlos Pizarro se sentó con el grupo y les explicó que la lucha por la justicia y la paz no sólo se libraba en las selvas y las ciudades, sino principalmente en los corazones de la gente, en esos pequeños momentos de felicidad compartida. “Así, como el sabor dulce de un cholado”, les dijo.

 

Con el Cali pachanguero en sus labios, la música de Cali en su alma, volvió a sus pensamientos, más decidido que nunca a construir un futuro mejor para todos. Salieron a la calle y Cali se movía sola, como una tromba. La brisa cálida acariciaba suavemente su rostro. Había decidido tomarse un respiro de las arduas jornadas de lucha y reuniones interminables, y se dirigió a una esquina bulliciosa donde se reunían los caleños a disfrutar de sus delicias favoritas. Allí, bajo la sombra de un viejo almendro, encontró un pequeño puesto de cholado, ese dulce manjar que combina frutas frescas, leche condensada y una pizca de magia tropical. Carlos, con una sonrisa traviesa en los labios, se acercó al puesto y pidió uno grande, bien cargado de sabor y colores.

 

Mientras el vendedor preparaba su postre, Carlos observaba a su alrededor. Tomó su vaso y se sentó en un banco cercano, dejándose llevar por el espectáculo. El sabor era una explosión de frescura y dulzura en su boca, y cada bocado lo transportaba a su niñez, a tiempos más sencillos y despreocupados. Cerró los ojos por un momento, permitiendo que los sonidos y los sabores se entrelazaran en una sinfonía de alegría.

 

Cuando abrió los ojos nuevamente, la joven lo miraba fijamente. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desafío. Ella se acercó, tomó su mano y solo atinó a decir: “Que sea lo que Dios quiera, lo que el pueblo mande y lo que definas hacer, que a vos te seguimos pa’onde sea”.

 

Jorge Narváez C.



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