sábado, 13 de julio de 2024

TACUEYÓ

 TACUEYÓ

 

Solo la vergüenza y el asco por semejante despropósito se adentraron en él, en ese rincón oculto por el olvido, y contempló cada muerte como un cuadro del infierno de Dante, donde las formas desafían el entendimiento, como intensas obras de un Picasso infernal. Miró la infinitud del cosmos en el espejo y vio un laberinto oblicuo, reflejo de un universo de locura. 

Otras muertes danzaban en la demencia del destino, como los trazos caóticos de un Van Gogh oscuro. Reconoció el abismo vertiginoso de las esferas celestes, donde los pájaros se pierden entre los colores del mediodía. 

Y luego, simples muertes, como dibujos ingenuos trazados con los dedos por niños sin pudor, atraparon sus ojos en su magnitud. 

Vio la muerte en todos sus matices, pero en todo ese tétrico concierto de imágenes impunes solo había cabida para la sed de justicia de los hombres. 

Pero no pudo más que salvar a los que estaban vivos, porque la locura de la guerra se llevó en nombre de los principios sagrados de la revolución, a cientos de inocentes. Esa no es, ni será jamás, la lucha por una vida nueva, por una patria digna, por la justicia que se anhela.

 

“De aquí en adelante ya no eres mi hermano”.

 

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos.




 

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