EL CHAMÁN
A Rafael, viejo Rafa, como le
decíamos todos, le encantaba todo lo esotérico. Tenía en su cuarto como una
docena de atrapasueños, cada uno con su propia historia y significado. Había
tomado Yagé en el Putumayo, Peyote en México, tabaco con un nativo americano
que conoció en Nicaragua, y leía cuanta vaina había sobre angelología,
espiritualidad y energías. Eso sí, detestaba todo lo relacionado al lado
oscuro. Para resumir el cuento, le decíamos el Chamán. Olía a palo santo a
metros, y su cabello, aunque era limpio y bien cuidado, siempre parecía sucio,
o al menos esa era mi impresión.
Una tarde, después de una
tormenta que parecía haber limpiado el aire de cualquier pesadumbre, me
encontré con el Chamán en la plaza de Bolívar. Estaba sentado en las gradas de
la catedral, con su inseparable bastón tallado en forma de serpiente, mirando
al cielo con una expresión de profunda concentración.
—Rafa, ¿qué andas mirando tan
fijamente? —le pregunté, intentando no interrumpir su aparente trance.
Él me miró, sonrió de esa forma
enigmática que siempre tenía y me dijo:
—Los ángeles, amigo. Hoy hay un
mensaje especial para tí.
—Mientras no sean los ángeles
California —le contesté y me reí.
Me miró con seriedad y me contó
que esa mañana había consultado el I Ching y que el hexagrama Wei Chi había
aparecido. Rafael me explicó que se trataba de un momento de transición, un
paso importante que estaba por completarse en su vida. Mientras hablaba, sacó
de su bolsillo una pluma blanca, brillante y suave, y la sostuvo frente a mis
ojos.
—Vea, compañero, esta pluma es
una de las pistas. Los ángeles me la dejaron para que no olvide mi camino
—dijo, con la voz llena de reverencia.
Lo miré con escepticismo, pero
también con una fascinación que no podía evitar. Yo siempre acudía al viejo
Rafa antes de una decisión importante, como la de un operativo, ya que tenía
esa manera de transformar lo cotidiano en algo mágico y lleno de significado.
Decidí contarle en qué andaba metido por esos días y me pidió que lo acompañara
al barrio Egipto, donde vivía.
—Venga, compita, acompáñeme a
buscar más señales —yo lo seguí más por curiosidad que por convicción.
Caminamos despacio, conversando
sobre algunas cosas que lo tenían inquieto. Rafael me mostró una piedra con
formas extrañas que había encontrado días antes, la tenía en su mochila
arhuaca, envuelta en una hoja seca que creo era de plátano. Según él, las
formas eran símbolos antiguos, mensajes ocultos de seres celestiales. Mientras
avanzábamos, el aire se llenó de un susurro suave, como una melodía apenas
audible.
—Escucha —me dijo, deteniéndose—.
Los ángeles están hablando.
Sentí un escalofrío, pero no dije
nada. Me limité a seguirlo, dejándome llevar por su entusiasmo y su fe
inquebrantable. En una esquina compramos media de Néctar. “Es para una limpia,”
me dijo, y sacó de la mochila una flor de colores extraordinarios. Rafael,
después de mirarme, la tomó con cuidado y la guardó junto a la pluma y la
piedra.
—Cada señal es una parte del
rompecabezas —murmuró, casi para sí mismo.
Ya en su casa, Rafa hizo un
ritual sencillo pero lleno de significado. Encendió un incienso de palo santo y
colocó la pluma, la piedra y la flor en un pequeño altar improvisado. Mientras
el humo llenaba la habitación, me contó sobre sus sueños, donde un ángel le
había hablado de su viaje personal y de la importancia de las señales para
alguien a quien debía proteger pronto. Sacó una tacita esmaltada de la mochila,
destapó la media de Néctar y la lleno, se metió un doble sin hacer gestos y
lleno otra para mí.
— yo pensé que la iba a echar en
la cara—le dije y me reí—Rafa, ¿y si todo esto no es más que coincidencia? —le
pregunté, intentando entender su profunda conexión con lo invisible y ya con
algo de miedo.
Él me miró, con esa calma que siempre
irradiaba, y respondió:
—La coincidencia es solo la
manera en que lo divino permanece anónimo. Si usted, compita, mira con el
corazón abierto, las señales están ahí, guiándonos siempre. Acuérdese del
comanche Afranio, él siempre habla de la conexión cósmica de los guerreros del
jaguar y eso es lo que nos tiene vivos a pesar de tanta persecución. Usted,
compita, es un guerrero del jaguar, un hombre con protección cósmica.
Aquella noche, mientras me
despedía del Chamán, comprendí que, para Rafael, el mundo estaba lleno de magia
y de mensajes ocultos y que nuestra lucha era parte de esa decisión de los
ángeles y los espíritus de los ancestros. Y aunque yo no compartía del todo su
visión, había algo en su certeza y en su fe que me hacía querer creer, al menos
por un momento, en los ángeles y en las señales que nos dejaban, y sobre todo
en la conexión que tenía con la vida y sus manifestaciones.
Y así entendí que cuando uno se
juega la vida por lo que cree, por lo que entiende justo y digno, lo más importante
no es entender, sino simplemente creer.
Jorge Narvaez C.
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