jueves, 4 de julio de 2024

EL CHAMÁN

 EL CHAMÁN

A Rafael, viejo Rafa, como le decíamos todos, le encantaba todo lo esotérico. Tenía en su cuarto como una docena de atrapasueños, cada uno con su propia historia y significado. Había tomado Yagé en el Putumayo, Peyote en México, tabaco con un nativo americano que conoció en Nicaragua, y leía cuanta vaina había sobre angelología, espiritualidad y energías. Eso sí, detestaba todo lo relacionado al lado oscuro. Para resumir el cuento, le decíamos el Chamán. Olía a palo santo a metros, y su cabello, aunque era limpio y bien cuidado, siempre parecía sucio, o al menos esa era mi impresión.

 

Una tarde, después de una tormenta que parecía haber limpiado el aire de cualquier pesadumbre, me encontré con el Chamán en la plaza de Bolívar. Estaba sentado en las gradas de la catedral, con su inseparable bastón tallado en forma de serpiente, mirando al cielo con una expresión de profunda concentración.

 

—Rafa, ¿qué andas mirando tan fijamente? —le pregunté, intentando no interrumpir su aparente trance.

 

Él me miró, sonrió de esa forma enigmática que siempre tenía y me dijo:

 

—Los ángeles, amigo. Hoy hay un mensaje especial para tí.

 

—Mientras no sean los ángeles California —le contesté y me reí.

 

Me miró con seriedad y me contó que esa mañana había consultado el I Ching y que el hexagrama Wei Chi había aparecido. Rafael me explicó que se trataba de un momento de transición, un paso importante que estaba por completarse en su vida. Mientras hablaba, sacó de su bolsillo una pluma blanca, brillante y suave, y la sostuvo frente a mis ojos.

 

—Vea, compañero, esta pluma es una de las pistas. Los ángeles me la dejaron para que no olvide mi camino —dijo, con la voz llena de reverencia.

 

Lo miré con escepticismo, pero también con una fascinación que no podía evitar. Yo siempre acudía al viejo Rafa antes de una decisión importante, como la de un operativo, ya que tenía esa manera de transformar lo cotidiano en algo mágico y lleno de significado. Decidí contarle en qué andaba metido por esos días y me pidió que lo acompañara al barrio Egipto, donde vivía.

 

—Venga, compita, acompáñeme a buscar más señales —yo lo seguí más por curiosidad que por convicción.

 

Caminamos despacio, conversando sobre algunas cosas que lo tenían inquieto. Rafael me mostró una piedra con formas extrañas que había encontrado días antes, la tenía en su mochila arhuaca, envuelta en una hoja seca que creo era de plátano. Según él, las formas eran símbolos antiguos, mensajes ocultos de seres celestiales. Mientras avanzábamos, el aire se llenó de un susurro suave, como una melodía apenas audible.

 

—Escucha —me dijo, deteniéndose—. Los ángeles están hablando.

 

Sentí un escalofrío, pero no dije nada. Me limité a seguirlo, dejándome llevar por su entusiasmo y su fe inquebrantable. En una esquina compramos media de Néctar. “Es para una limpia,” me dijo, y sacó de la mochila una flor de colores extraordinarios. Rafael, después de mirarme, la tomó con cuidado y la guardó junto a la pluma y la piedra.

 

—Cada señal es una parte del rompecabezas —murmuró, casi para sí mismo.

 

Ya en su casa, Rafa hizo un ritual sencillo pero lleno de significado. Encendió un incienso de palo santo y colocó la pluma, la piedra y la flor en un pequeño altar improvisado. Mientras el humo llenaba la habitación, me contó sobre sus sueños, donde un ángel le había hablado de su viaje personal y de la importancia de las señales para alguien a quien debía proteger pronto. Sacó una tacita esmaltada de la mochila, destapó la media de Néctar y la lleno, se metió un doble sin hacer gestos y lleno otra para mí. 

— yo pensé que la iba a echar en la cara—le dije y me reí—Rafa, ¿y si todo esto no es más que coincidencia? —le pregunté, intentando entender su profunda conexión con lo invisible y ya con algo de miedo.

 

Él me miró, con esa calma que siempre irradiaba, y respondió:

 

—La coincidencia es solo la manera en que lo divino permanece anónimo. Si usted, compita, mira con el corazón abierto, las señales están ahí, guiándonos siempre. Acuérdese del comanche Afranio, él siempre habla de la conexión cósmica de los guerreros del jaguar y eso es lo que nos tiene vivos a pesar de tanta persecución. Usted, compita, es un guerrero del jaguar, un hombre con protección cósmica.

 

Aquella noche, mientras me despedía del Chamán, comprendí que, para Rafael, el mundo estaba lleno de magia y de mensajes ocultos y que nuestra lucha era parte de esa decisión de los ángeles y los espíritus de los ancestros. Y aunque yo no compartía del todo su visión, había algo en su certeza y en su fe que me hacía querer creer, al menos por un momento, en los ángeles y en las señales que nos dejaban, y sobre todo en la conexión que tenía con la vida y sus manifestaciones.

Y así entendí que cuando uno se juega la vida por lo que cree, por lo que entiende justo y digno, lo más importante no es entender, sino simplemente creer.

 

Jorge Narvaez C.





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