El Origen del Agua y la Sed
En los tiempos en que la tierra
aún no conocía la caricia de la lluvia, los dioses se reunieron en consejo. Miraron
hacia abajo y vieron un mundo seco, donde los ríos eran solo grietas en la piel
del suelo y la vida, como la conocemos, apenas estiraba sus brazos hacia el
cielo, implorando por la mirada celestial.
En esa asamblea,
Yemayá, la diosa de las aguas, se levantó. Con su voz suave como el murmullo de
un arroyo, dijo: "El agua debe nacer para que la vida pueda florecer”. “Pero,
¿cómo nacerá el agua si no hay quien la busque? " Dijo Poseidón con la voz
de un trueno
Los dioses se miraron entre sí, y
fue entonces cuando Quetzalcóatl, el dios serpiente, habló: "Crearemos la
sed. Haremos que las criaturas de la tierra anhelen el agua con tal fervor que
la llamen desde las profundidades del abismo."
Y así fue que Yemayá y
Quetzalcóatl descendieron juntos al mundo. Yemayá tomó un trozo de cielo y lo
rompió en mil pedazos, esparciendo estrellas por la noche. De cada estrella
cayó una lágrima de plata, y donde estas lágrimas tocaron el suelo, surgieron
los primeros manantiales.
Pero el agua sola no bastaba.
Quetzalcóatl caminó entre los seres vivos y susurró en sus oídos un deseo
ardiente. Ese susurro se convirtió en un fuego interior, un anhelo insaciable
que secaba las gargantas y hacía palpitar los corazones. Así nació la sed.
Desde entonces, cada gota de agua
que brota del suelo lleva consigo un susurro de vida y el anhelo de ser al
mismo tiempo. Las criaturas del mundo beben y, al hacerlo, recuerdan la danza
de los dioses, el pacto entre el cielo y la tierra. Y así, en cada sorbo, se
recuerda que la vida brota y de inmediato se tiene sed de vivir y de crear; en
cada manantial y en cada garganta reseca que encuentra alivio hay una razón
para seguir soñando y construyendo un mundo mejor.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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