miércoles, 3 de julio de 2024

LAURA

LAURA

En 1986, los días eran un desfile de uniformes y libros, pero también de susurros y miradas furtivas. Era un tiempo en el que la vida parecía prometerlo todo, y cada esquina del patio del Liceo se convertía en escenario de dramas y comedias, los pasillos y aulas no eran simples espacios de aprendizaje, sino trincheras de debate y reflexión. Cada rincón del liceo parecía susurrar historias de lucha y resistencia, y los estudiantes se movían con la conciencia de que eran parte de algo más grande.

Por esa época en la televisión pasaban una serie que se llamaba décimo grado que justamente era el grado que cursábamos y eso le daba un valor agregado al momento de vida. Vivíamos atrapados en el hechizo de esos años, de las fiestas que comenzaban a las dos de la tarde y terminaban a las seis, con los papás de las amigas fuera de la casa esperando a que salieran, hasta las reuniones clandestinas del movimiento estudiantil.

En una de esas tardes lentas, donde el sol perezoso se colaba por las ventanas del aula, apareció Elkin haciéndome señas para que saliera, estaba acompañado de Laura, había algo en ella, una chispa oculta que se encendía cada vez que veía, una sonrisa que podía iluminar hasta el más gris de los días. No era solo bella; tenía una gracia innata que se desplegaba en cada movimiento, en cada gesto. Cuando pasaba, el aire parecía volverse más liviano y las risas más sinceras. Cuando pude despertar del letargo que ella me causaba escuche a Elkin decir: “Compa hay problemas”.

Por esos días las aulas estaban llenas de sueños y rebeldía. Entre todos, había un fervor y convicción que jamás volví a encontrar. Al sonar el timbre, caminamos hasta el patio donde ya nos esperaban Mario, Juan y Ana. “El rumor que hay es que, al caer la tarde, van a detener a los dirigentes de la marcha del jueves pasado” dijo Mario y bajó la mirada. En el aire se sentía la preocupación, hasta que se me ocurrió decir: Se estaban demorando. Son dificultades que tenemos claro deben suceder. Sin embargo, un nudo en el estómago me decía que la cosa no era tan sencilla. Pero por algún motivo de la historia, logré cambiar la incertidumbre por una respuesta de lucha; la atmósfera estaba cargada de una energía vibrante y revolucionaria.

Las noticias de la represión en otras partes del país eran pan de todos los días y eso que lo que salía en noticieros de la prensa del régimen ya venía filtrado. Salimos antes de que terminara la jornada y cada uno tomó un rumbo diferente para llegar a la casa de la tía de Laura donde nos reuniríamos esa noche. La decisión fue hacer una movilización más grande, una que nos permita hacernos visibles porque era la única manera de evitar que nos desaparecieran.

Con una determinación que solo da la juventud y la convicción, en menos de dos días copamos los rincones de la ciudad y no hubo un solo colegio, desde los públicos hasta el militar, pasando por todos los de mojas y curas, a todos fuimos a invitar a los estudiantes a la marcha pacífica por la educación. Los discursos resonaban en las aulas, donde los estudiantes escuchar las palabras cargadas de convicción y esperanza. De todos nosotros emergió un liderazgo y una energía que nos sorprendió. Laura, siempre a mi lado, participaba con el mismo fervor. Su mirada, cargada de preocupación y admiración, se encontraba con la mía en medio de cada discurso. En esos instantes, compartíamos algo más profundo que palabras, una conexión forjada en la lucha y en la esperanza de un mundo mejor.

El día de la marcha todo era tensión, Las voces jóvenes, cargadas de rabia y esperanza, se alzaron como un canto unánime que pedía justicia y equidad. Libertad para los presos políticos y de vez en cuando las consignas por una educación pública, de calidad y gratuita. Al final del día, una marea de estudiantes, con pancartas y consignas, llenó las calles. La plaza principal, normalmente tranquila a esa hora, se vio invadida por el eco de las primeras piedras rompiendo cristales. El sonido era un grito de rebeldía, un clamor por justicia que se extendía por las calles desiertas.  Laura, en el centro de la acción, lanzaba piedras con una fuerza que no solo era física, sino espiritual. Cada lanzamiento era un golpe contra la opresión, un intento de derribar muros invisibles pero palpables.

La reacción no tardó en llegar. Las sirenas y los estallidos de los gases lacrimógenos rompieron la muchedumbre, y el grupo se dispersó en un torbellino de gritos y pasos apresurados. Algunos fueron capturados, otros lograron escapar. Laura y yo corrimos juntos por las calles, con la adrenalina impulsándolos más allá del miedo.

 Al otro día en el periódico local salió una fotografía encabezando los titulares, la foto era de Laura. En ese contexto, Laura se convirtió en un símbolo de la lucha y también en un blanco para los organismos de represión del régimen.

Esa noche, bajo el manto de la oscuridad y la neblina que envolvía la ciudad, Laura fue arrestada, irrumpieron en su casa, llevándola sin explicaciones. La noticia se esparció rápidamente por el liceo, causando un doloroso silencio entre los compañeros. La figura de Laura, siempre valiente y resuelta, ahora estaba tras las rejas, y la incertidumbre sobre su destino era un peso que todos llevábamos y yo lo sentí como un golpe personal. Sabíamos que no podíamos quedarnos de brazos cruzados.

Las marchas y plantones se intensificaron y con ellos la represión del Estado, cada día de acción arrojaba como saldo más estudiantes detenidos y más compañeros en los hospitales, en las reuniones clandestinas dimos inicio a la Coordinadora Regional Estudiantil, el espíritu de resistencia no se quebró. Cada acción represiva del gobierno solo fortalecía la determinación. Los rostros de los compañeros detenidos, especialmente el de Laura, se convirtieron en emblemas de la causa.

En la cárcel, Laura no se rindió. Sabía que su encarcelamiento era un intento de silenciar la voz de la juventud rebelde, pero también sabía que sus compañeros seguiríamos luchando. En las frías y duras condiciones de la prisión, mantuvo la esperanza y la firmeza. Desde dentro, se convirtió en una figura aún más poderosa, un símbolo de la resistencia y la revolución.

El día que salió de la cárcel, después de tres meses de lucha, bajo una llovizna que empapaba nuestros cuerpos, dentro de la alegría y la preocupación, solo atiné a decirle, con el corazón martillándome el pecho, que no podía estar un día más lejos de ella. Sin decir palabras, me tomó la mano y comenzamos a caminar sin miedo porqué está claro que: “Los amores cobardes no llegan a amores…”


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