Señora bonita.
En la verde espesura, donde la vida se desenvuelve en su forma más pura, cada hoja y cada rama parecen susurrar secretos de un mundo antiguo. Bajo su protección, el mundo nos oprime menos, como si la naturaleza misma nos diera un respiro del tedio que nos invade. Aquí, envueltos en el abrazo fresco de la vida, tenemos la esperanza de otro mundo, uno donde las promesas no se desvanecen como la niebla al amanecer.
Entre la densa vegetación, cuando el cansancio del mundo se hace insoportable, anhelamos un cielo distinto, un refugio donde la vida no sea la sombra de la muerte, sino una danza eterna de luz y sombra, de vida y renovación. Los días en esta espesura no son un desfile de horas monótonas, sino una sinfonía de momentos eternos, donde el tiempo parece detenerse y cada segundo se convierte en un universo en sí mismo.
Aquí, en la verde espesura, encontramos un reflejo del cielo prometido, donde la esperanza brota como los helechos bajo la lluvia, y el alma se reconcilia con el mundo en un abrazo de paz y belleza sin fin. Solo me hace falta su mirada reflejada en mis ojos, su calor y su ternura, la breve ilusión de la inmortalidad que se desprende de un beso.
No sé si sea pertinente contarle que me enamoré de usted, creo que se lo he contado alguna vez, pero no importa se lo vuelvo a decir y lo repito por si queda alguna duda: La amo. La amo con este amor que he podido madurar como los mejores vinos, como la espesura misma de lo verde, como el agua y la brisa. La amo y la amaré como lo he hecho desde que me atreví a ilusionarme con usted y con la vida.
Suyo
Jorge Narváez C.
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