Mi abuela, la tulpa y mi taza de café
Cada mañana,
mi taza de café humeante
es un ritual de memoria y consuelo.
El aroma robusto llena el espacio,
mezclándose con el recuerdo
de la tulpa en casa de mi abuela.
Ella, con sus manos sabias,
mantenía el fuego vivo,
alimentando historias
que ardían como brasas en nuestras almas.
"Esta tulpa," decía,
"no es solo calor,
es el corazón de nuestro hogar,
donde se cocinan los sueños
y se guardan los secretos."
En las noches frías,
nos sentábamos alrededor,
mi abuela contando cuentos
de tiempos antiguos,
de espíritus inquietos
y de amores perdidos.
Cada sorbo de café,
cada chispa en la tulpa,
es una conexión con su voz suave,
sus ojos llenos de historias no contadas.
El café me calienta las manos,
pero es el recuerdo de su risa
lo que calienta mi corazón.
La tulpa, ahora un recuerdo,
aún arde en mi memoria.
El café, amargo y dulce,
es un puente entre el presente
y los días pasados,
entre mi vida ahora
y la sabiduría de mi abuela.
Cada mañana,
mientras el café humea,
cierro los ojos y la veo,
sentada junto a la tulpa,
sonriendo,
recordándome que,
en cada chispa de fuego
y en cada sorbo de café,
vive su amor eterno.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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