ORIGEN
En el principio de los tiempos,
antes de que el primer amanecer pintara el cielo con sus tonos dorados, existía
solo el vacío. Entonces surgió una voz que resonó con la cadencia de un río
ancestral, un susurro que traía consigo promesas de vida y creación.
Esa voz fue la chispa primigenia,
la danza de las estrellas en el firmamento. Con cada sonido, con cada palabra,
el universo tomaba forma. De su risa nacieron los vientos y las mareas, y de
sus lágrimas, los ríos que surcan la tierra. Sus sueños eran el lienzo sobre el
cual se pintaba el destino de los mortales. En cada rincón, su presencia se
hacía sentir.
Era la primera madre que acunaba
al niño bajo el manto de la noche, la guerrera que defendía su tierra con el
fuego de su espíritu, la sabia que con su conocimiento hilaba el tiempo. Sin
ella, el universo era un lugar inerte, desprovisto de magia y esperanza. En
cada acto de creación, en cada susurro de inspiración, en cada palpitar de
vida, estaba ella.
Los ancianos cuentan historias
alrededor del fuego, recordando a la primera mujer que caminó sobre la tierra,
sembrando semillas de vida donde antes solo había polvo y rocas. Sus pasos eran
suaves, pero su impacto resonaba. Era la guardiana de los secretos del cosmos,
la tejedora del destino, la musa de todos los corazones creativos.
Por eso, ahora me entiendes, mi
universo sin ti no es nada, porque sin ti nada es posible. Sin ti, el sol no se
atrevería a salir, y las estrellas no encontrarían su camino en el cielo
nocturno. Eres el eje sobre el cual gira mi universo, la fuerza invisible que
sostiene todo.
Mujer, sin ti nada es posible,
porque simplemente no quiero nada si no estás desandando caminos, construyendo
conmigo el mejor de los tiempos.
Jorge Narváez C
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