INOCENCIA
A veces, el mundo se desmorona en
la crudeza de lo cotidiano, y todo parece un caos interminable. Sin embargo, en
medio de este desorden, surgen fragmentos de luz que nos salvan. Una sonrisa
inesperada ilumina la penumbra, el aroma del pan recién hecho se convierte en
un consuelo, y el sabor de un dulce del bolsillo de la abuela es un recuerdo
cálido que nos acaricia el alma. Un saludo sincero en la calle, la complicidad
de un gesto simple, el sonido de la lluvia al caer, el abrazo de un amigo que
está lejos, el brillo en los ojos de un niño, tu llamada que llega sin aviso, y
la ternura de un “te quiero” sin palabras.
Son estos pequeños momentos los
que encienden la esperanza cuando todo parece perdido. Son instantes que, como
briznas de hierba en medio de la borrasca, nos recuerdan que aún hay belleza.
En la vida, entre grandes tormentas, son estos detalles, casi invisibles, los
que nos devuelven la fe, los que nos enseñan a amar sin medida.
Nunca voy a olvidar el primer día
que te vi, las primeras palabras que cruzamos y el primer abrazo desprevenido. Te
robaste mi silencio, mi amor y mi esperanza, pero me diste alegría y la razón
de seguir amando todo con los mismos ojos de mis primeros años. Entonces, después
de tanto rodar, entendí que todo eso se llama inocencia, esa chispa que nunca
deja de brillar. La razón por la cual puedes ver el mundo con ojos nuevos cada
mañana, la que convierte una gota de lluvia en un milagro y un abrazo en un
refugio seguro. La inocencia es la que te permite encontrar alegría en los
pequeños detalles, como el canto de un pájaro al amanecer o el calor de un café
en una mañana fría. Es la que te enseña a encontrar belleza en lo ordinario, a
reír con la risa contagiosa de un niño, a sentir la ternura de un gesto
desinteresado.
Me niego a perder la inocencia
con la cual pretendo que me ames, y me permite mantener vivo el asombro, en un
mundo que cada día pierde su magia. Encontré que amándote se mantiene viva esa
pureza interior, la que nos recuerda que aún hay razones para creer y para
soñar.
Quiero seguir viendo tus ojos con
la misma maravilla del primer descubrimiento. Esa inocencia que no es una
ingenuidad, sino la forma de mirar que nunca debe desaparecer, por más años o
sabiduría se tenga. No perderé esa luz, mientras existas, porque es la que me
hace humano, y es la que me recuerda que, en el fondo, que, si no somos capaces
de asombrarnos y de amar con un corazón abierto, no habremos alcanzado ni la
más pequeña parte de felicidad.
Te amo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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