EL SILENCIO Y LA LUNA
Cuentan las historias de los
ancestros que, en una época remota, cuando en el mundo aún había muchos
espacios vacíos, el Silencio y la Luna se conocieron en una noche de
plenilunio. En esos tiempos, el Silencio vagaba por la Tierra, buscando un
lugar donde pudiera reposar, lejos del bullicio constante de la gente.
Una noche, mientras deambulaba
por un valle tranquilo, el Silencio alzó la vista y vio a la Luna, radiante y
solitaria en el firmamento. La Luna, curiosa, descendió un poco más cerca de la
Tierra para observar al Silencio, quien parecía tan sereno y misterioso como
ella misma.
"¿Quién eres?" preguntó
la Luna con una voz suave que parecía un murmullo del viento.
"Soy el Silencio",
respondió él. "Vago por este mundo en busca de un refugio, un lugar donde
pueda existir sin ser interrumpido."
La Luna, conmovida por su
soledad, le ofreció un pacto. "Ven conmigo," dijo, "y en mis
noches, te regalaré un refugio. Serás la calma que acompaña mi luz, el susurro
que acuna a los soñadores."
El Silencio aceptó la oferta y,
desde entonces, en las noches de luna llena, la Tierra se sumerge en un estado
de paz y serenidad. Es en esas noches cuando el Silencio se siente más pleno,
descansando en el brillo plateado de la Luna, cubriendo el mundo con su manto
invisible.
Los habitantes del mundo pronto
se dieron cuenta de la magia de esas noches. Notaron que, bajo la luz de la
Luna llena, los sonidos del día se suavizaban y las preocupaciones se
desvanecían. Empezaron a contar historias a la luz de la Luna, historias de
amor, de esperanza y de sueños. Así, en cada rincón, alrededor de fogatas y
bajo cielos estrellados, se susurran las leyendas del Silencio y la Luna. Se
dice que, si escuchas con atención en una noche de plenilunio, podrás oír el
suave murmullo de su conversación, la melodía de su eterna danza.
Entonces, el Silencio encontró su
hogar en la luz de la Luna, y la Luna encontró compañía en la paz del Silencio.
Juntos, continúan iluminando las noches y acunando los sueños de todos aquellos
que se detienen a escucharlos.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario