CARTA DE AMOR 9
Señora Bonita,
Imaginarla sin tocarla es como un
ciego reconstruyendo su pasado de luz, como si los sabores de la infancia
pudieran revivirse en las papilas, como un sueño de alguna noche serena. Así me
toca recordarla.
Un sueño de noches de penumbra
(cómo olvidarlo), pensando en que esa lejanía algún día, puede ser, podría
romperse. Ciertamente era un sueño absurdo, un sueño irracional, un momento de
locura, pero ¿quién no ha tenido esos lapsus en la vida? ¿Acaso la mitad de los
descubrimientos y casi todos los inventos de esta pobre humanidad no han sido
ocasionados por momentos como ese? Cierro los ojos nuevamente, intento escuchar
sus palabras, la risa que nos envuelve de cuando en vez, y se viene a mi
memoria el color de sus ojos. Ojos que se marcan en mi mente, cafés,
misteriosos, profundos, ojos que ríen, que hablan y que ocultan misterios, que
me atrapan y, al final, me dejo llevar como en un torrente luminoso, a donde
quieran ellos.
Dejo que el aire entre en el carro
por esa ventana que retumba con las vibraciones del sendero. ¿Hace cuántos años
no recorría estas trochas, hace cuántos años no había escuchado el viento
golpeándome la cara con ese olor a leña y lejanía?
Pensar en usted me hace desviar
la atención del paisaje, me hace soñar con tiempos mejores, me hace sonreír en
silencio. No sé cuánto tiempo estuve así, ensimismado en la imaginación de su
geografía, amable, deliciosa, que me trae y me lleva por senderos que algún día
recorrí, no sé si en mi niñez o en mis caminos, pero que me llenan los sentidos
y los sentimientos, de esos momentos en los que no importa nada, ni los malos
pensamientos, ni los pecados, ni las ganas de su boca en las tardecitas al pie
del volcán eterno, cuando solo podía verla en silencio.
No puedo precisar cuánto tiempo
pasó. Lo cierto es que, al llegar y bajarme del carro, vi un atardecer como
hacía mucho no lo había vivido, un cielo rojizo como si un cuchillo le hubiera
cortado el cuello, como una fogata a punto de acabarse o como si unos labios
hubieran dado un beso dejando el carmesí en la ventana y una llovizna lo
hubiera diluido. Su profundidad me encantó, también me hizo suspirar, mirar las
montañas perderse tras otras montañas dibujando un infinito sublime.
Otra vez, como antes, el corazón
se acelera al pensarla. Los grillos saludan el anochecer y mis manos darían la
vida por sentir sus manos. El aire se vuelve fresco y, sin importar el
concierto destemplado de los insectos, mi mirada se pierde nuevamente en esas
nubes anaranjadas que son devoradas por la oscuridad de la noche. ¿Qué mirarán
esos ojos cafés que me matan y me llevan a la vida? (Nunca creyó que mi amor
podría ser tan fuerte).
La tarde se apaga, el aire trae
consigo un frío que arranca un temblor y con esto la necesidad de un café
caliente que huele allá en el rancho, donde los hombres y mujeres nos saludan
con amabilidad. Toda paz ha sido esquiva para nuestro pueblo, pero siempre es
mejor apostar a una paz imperfecta que a una guerra perfecta.
Señora bonita, amiga de mi
corazón, no se olvide de mí, que yo jamás dejo de pensarla.
Cae una gota de lluvia y me entro
al rancho con una taza de loza llena de café recién colado. Se desata el
aguacero y lo oigo caer sin sorpresa; las nubes que nos acompañaron durante el
camino lo hacían un hecho. Esa agua golpea el techo y sacude las hojas de los
árboles, refresca el suelo y trae, junto con la noche, ese aroma a tierra
húmeda que tanto disfruto desde niño.
Pienso en usted, la imagino bajo
esta lluvia, cada gota de agua fresca tocando su piel. Cada pensamiento me
lleva a imaginarla como una danzante hada de mis sueños, con una vida mejor,
más sencilla y menos llena de tantos fenómenos perversos, sin ambiciones
tercas, sin amores efímeros y sin la muerte tan cerca. Tal vez esas gotas
tendrían más suerte que mis ganas de verla, estas ganas de abrazarla y de
sentirla más cerca que mi propia vida.
Tal vez en cien años o en mil
estas palabras sean leídas por alguien que creerá que un amor así era imposible
en medio de estas guerras, y pensarán que las gotas de agua, si aún existen,
golpeaban las espaldas de un mundo equivocado, de una especie de animales
irracionales que solo podían acercarse a la vida a través de amores como este
que se pierden en el viento...
Suyo siempre.
Jorge Narváez C.
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