lunes, 31 de marzo de 2014

TALISMÁN



En esta noche oscura y húmeda de invierno

no es necesario un mapa para descubrir

tus latitudes y tu centro,

llego a tus valles como un río natural,

como en la tarde el sol,

como la brisa,

como la luz de tu universo

y encuentro tu ternura.



Con devoción absoluta

desde el sur hasta el norte de tu cuerpo

acariciando palmo a palmo tu figura

gozando del naciente al poniente

tu ser entero,

rompemos el somnoliento letargo

de los amores a medias.



Absolutamente humanos

creyendo el uno en el otro

como un acto de fe,

sin aldabas,

sin postigos

ni cerrojos,

con la boca,

con la piel,

con tu humedad y mis destrezas

encontramos juntos la senda

hasta el final de nuestros besos.



Con sed y con hambre,

con tu lenguaje de gestos,

con mis pies,

con mis músculos

y la punta de los dedos,

sin que seamos pretensiosos

y aceptando tu risa de herejía,

nos amamos con esa pasión irracional

al borde mismo de la idolatría.



Adoración que se pasea por tus accidentes,

que te recrea en mi respiración,

que te anda toda

reconstruyendo mis pasos de otros tiempos,

con exaltado misticismo,

con tu sabor a vino de mi cepa,

con tus ojos cerrados y mirando…

Yo te amo.  

martes, 25 de marzo de 2014

EJECUCIÓN























Purificado de todas las amarguras que traía como lastre de sus últimos días, con la mirada altiva y las palabras seguras, Juan Agustín camino el último trecho de su vida. Implícita la fuerza de su palabra aún en el silencio, los pasos firmes y un halo que recubría su cuerpo que muchos de los presentes atribuyeron a su fuerza interior y otros, sobre todo sus verdugos, al choque natural de la luz solar sobre su camisa blanca o sobre las borlas y los botones dorados de su casaca de oficial de un ejercito derrotado y de una causa que debía ser proscrita de la faz de la tierra.


Lo que se fusilaba no era su tozudez de defender un Rey o una religión como lo hicieron conocer para la posteridad sus captores, pues esa era su misma idea de la vida, de la razón de ser de una sociedad colonial y clasista, donde cada quien debía ocupar el lugar y desempeñar las funciones para las cuales Dios lo colocó en el mundo; la causa abominable por la cual debía ser ajusticiado este hombre era haber levantado la pobrecía, la indiada y los negros insumisos contra los blancos de la tierra que debían, por gracia del señor, dominar y gozar de estas tierras y todos sus frutos, incluyendo negros, indios y campesinos.


Era difícil imaginar que un hombre de tez cobriza, curtida por el sol andino y por la humedad de la selva, de baja estatura, cuerpo grueso y de manos grandes, haya sido el causante de tantas humillaciones a los soldados de carrera que otrora fueran sus camaradas de armas, oficiales de altos rangos que habían sido oficiales del ejercito realista, a diferencia del cuerpo de oficiales de Bolívar que en su gran mayoría habían recorrido con él todo el trayecto de esta guerra, ellos, los oficiales neogranadinos y sobre todo los payaneses, eran de cunas de abolengo que hasta hace poco gritaban y confesaban su devoción por el Rey de España y por la gracias de Dios que lo había puesto en el trono.


La pelea de sus captores era otra, estaban hoy en el bando triunfador por la necesidad de mantener sus posesiones, su hacienda y su estatus en la sociedad de la naciente Republica, por eso el odio exacerbado contra el indio Agualongo y más aún ahora que había llegado la noticia que se le había ascendido a General, odio que era el mismo que profesaban contra el “Zambo” que hoy era su General, Presidente y Libertador y a sus oficiales mas cercanos.


El 13 de Julio a 43 días de cumplir sus 44 años, Juan Agustín al alargar la mano impidió que el cura siguiera con su retahíla sobre las ventajas de dimitir y acoger el perdón ofrecido por la Republica una vez perjure. Él solo lo miró a los ojos y sonrió asintiendo con su cabeza, suficiente reacción para que el sacerdote de un par de pasos hacia atrás, luego dos guardias entraron a la celda y él se puso la casaca abotonando con firmeza y tranquilidad cada uno de los botones dorados, entonces permitió con toda tranquilidad que le ataran las manos a la espalda, su cara se iba volviendo cada vez mas suave y placida, pero nunca perdió su don de mando, por lo cual la soldadesca republicana lo miraba con respeto, sobre todo los hijos de indios y negros que estaban allí por las promesas de tierra y libertad que jamás serian cumplidas.


No puede seguir la historia de estos acontecimientos sin recordar su Pasto del alma, la provincia de los indios Quillasingas y los Pastos, la que llegaba del mar a las aguas del Orinoco y la amazonia ancestral con todos sus mágicos lugares que incluían la laguna de la Cocha, las calles empedradas de su San Juan de Pasto, el frió en su rostro y el olor a humo de las chimeneas y los hornos donde se cocía el pan de leche o las allullas. Su mente había retrocedido hasta el momento en que nació su hija mayor y retrocedió aún más al día en que su abuelo materno lo llevo a conocer los parajes de la Llanada donde conoció el oro por el cual habían llegado de ultramar los europeos. Toda la geografía andina de su tierra pasó por su mente en un instante y hasta escuchó el torrentoso Patía al abrir la roca de la imponente cordillera, para dar el salto hacia la Barbacoas que lo derrotó en franca lid.

Atrás quedaron sus tardes de olor a café recién colado, los envueltos de choclo, el anís de las pulperías, los cuyes corriendo en la cocina de su madre, sus hijos corriendo por las calles empedradas hacia la casa de Hullaguanga o el rojo brillante de los castillos de pólvora el día de la virgen de las Mercedes. Atrás quedaron las venerables leyendas de su pueblo y una historia partida en dos por los avatares de la guerra, un futuro que le duele para quienes habrán de quedar a merced de los nuevos tiranos, que han hecho de su pueblo y de sus gentes la carne de cañón de esta y nuevas guerras.


La calle está atestada de curiosos, el gobierno provincial no ha escatimado esfuerzos para mostrar este trofeo de guerra y esta demostración de fuerza a quienes desde cualquier orilla osen interponerse al nuevo orden establecido, sobre todo a la indiada de la provincia de Popayán que de vez en cuando se habían soliviantado pidiendo se cumplan los derechos que su majestad Carlos V había otorgado a los Resguardos de indios y que ellos solicitaban como parte de su derecho natural y el derecho de indios que había logrado establecer un par de siglos antes, un tal Juan Tama para los naturales de estas tierras, para después sumergirse en la laguna sagrada entre los poblados de Vitoncó y Mosoco, para no morir jamás.


Las calles se iban cerrando conforme el pelotón avanzaba con su ilustre condenado, la gente quería ver de cerca a quien durante los últimos dos años había puesto en jaque a los señoritos de esta ciudad, algunos niños azuzados gritaban abajos y mueras a su paso, pero él tan tranquilo y pausado continua su camino. Mira entre la gente un rostro conocido y lo mira a los ojos, un compañero de armas que en silencio y con absoluta tristeza lo mira y se despide de él, mientras Juan Agustín lo mira con seguridad para tratar de calmar el dolor de su amigo, mirada suficiente para trasmitirle un legado para la posteridad, el de morir de pie y con la dignidad intacta.


Las mismas familias prestantes de la aristocrática ciudad que no hace mucho tiempo asistieron a los bailes y ágapes del virrey y que lloraron la captura de Don Fernando VII por el tirano francés, los mismos que dotaron de vituallas y pertrechos, de caballos y de soldados a los ejércitos de su majestad, están hoy en primera fila frente al espectáculo que dentro de poco dará el pelotón de fusileros del ejercito de la República.

¿A quién engañan estos hombres?, se pregunta en silencio el Coronel, mientras se pone frente a frente a sus captores, ¿Dónde está su fraternidad y su igualdad cuando han saqueado los cabildos y han impuesto onerosas cargas a tenderos y a indios?, ¿Será que es posible que se busque la paz y la igualdad en estas tierras, si lo único que traen es muerte y destrucción? Entonces dirigiéndose a su interlocutor quien por orden del cabildo de Popayán le estaba ofreciendo por última vez el indulto, le respondió con voz fuerte y firme: “Independencia sin libertad no quiero, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre. Yo no quiero que se impongan nuevas cadenas”...


El redoble de los tambores de guerra retumba en la plaza de armas, el teniente al mando del pelotón da la orden de vendar al condenado y este increpa al oficial diciendo: “Quiero morir cara al sol, mirando a la muerte de frente, soy hijo de mi estirpe, quiero morir con mi uniforme, no me venden los ojos, quiero morir de frente”. El pelotón de fusilamiento prepara sus armas y apuntan al cuerpo inerme del General Juan Agustín Agualongo Cisneros, el 13 de julio día de la Rosa mística sonaron las detonaciones de 12 fusiles, pero las explosiones no opacaron el último grito de guerra del General que a voz en cuello copo el espacio de Popayán y de la historia: ¡Que viva el Rey¡

Los ojos del General del ejército del Imperio Español en las Américas quedaron abiertos mirando el horizonte, mientras tras su muerte no cesó la guerra y en nombre de la Libertad los hacendados y ricos criollos se repartieron el botín e hicieron de la lucha de Agualongo el mejor de los pretextos para impedir que el sueño de Bolívar se hiciera realidad en las nuevas Repúblicas de la América Hispana, a toda costa impidieron que se les quitara el poder.

sábado, 22 de marzo de 2014

CANCIÓN PARA AMAR



Hoy tienes puesta la mirada de amar,
tus calcetines rosa contrastan con tu risa,

hoy tienes el brillo de pasión,

de tu prendedor de mariposas

asoma una señal escondida,

todo lo que nos rodea grita amor.




Hoy traigo los ojos de leer,

mi suéter de quitar y poner,

mi camisa de sentirte aún más cerca.


De mi mochila llena de ilusiones

escapa el beso y la caricia,

mi mundo lleno de canciones de amor,

de alegría y de manos que recorren tus muslos.


Todo lo oscuro y terrible

desaparece entre tu blusa trasparente

y se enciende de nuevo

esa llama que me genera ideas

y el ímpetu de amarte,

sin romper el sueño de un tiempo mejor.


Hoy traes puesta la sonrisa de amar,

se me desbarató un prejuicio en la punta de los dedos

y mi mano apretando tus pechos
 
despierta la hoguera que guardas,  
tesoro que ilumina mis noches sin sueño.

Hoy traigo para ti todas las respuestas
que he podido encontrar a una sola pregunta,

la manos dispuestas a andar,

mi peregrinaje por un mundo sin dueños,

mi primer encuentro, mis besos, mis versos

y estás ganas de aprender

aquello que solo puedo saberlo de ti,

aunque me lo hayan contado otros cuerpos.


Hoy todo está dispuesto al amor,

la cama tendida, la mesa surtida,

tu mirada ardiente y estas ansias de ti

que recorren mi ser y mi vida

desde el inicio de los tiempos.

martes, 18 de marzo de 2014

SOMOS


IRENE


I

Tumbado en el sofá de la sala mira las lámparas encendidas, el reloj de péndulo del cual alardeaba Irene, da las nueve campanadas y él enciende un cigarrillo esperando que ella salga.

Cada día trae sus pequeñas sorpresas, para él este trajo una grande, muy grande para ser preciso. Esta mañana se levanto temprano, salió sin que nada vislumbrara una noche como la que había de llegar, transitó las calles polvorientas, llegó al trabajo como todos los días y como todos los días salió a almorzar al restaurante de enfrente, la tarde y su modorra trascurrieron también dentro de lo presupuestado, pero casi al fin de la jornada la vio entrar a su oficina con el desparpajo habitual que siempre ha amado.

Parsimonioso como siempre la invito a pasar y ella se sentó al filo del escritorio dejando ver sus hermosas pantorrillas saliendo de su vestido rojo de líneas blancas y le dijo con voz burlona: “Así que no te has muerto, pensaba que te habías muerto”. Y aunque él rió a carcajadas junto con ella, por dentro sabía que quería decirle con esas palabras.

Salieron del café a su casa, ella quería cambiarse para ir de rumba y así lo hicieron, el cigarrillo termina casi en el filtro y sus dedos amarillentos lo refriegan en el cenicero de cristal de la mesita de centro. Piensa en las posibilidades de esa noche, pero deja que sea el destino el que tome las decisiones, como siempre le ha pasado con ella.

Baja las gradas de mármol, él la ve por el ventanal de la sala, botines negros, jeans bota campana, blusa de flores azules, chaqueta de cuero y la boina negra colofón a su belleza. Se pasea ostentoso llevándola de brazo por las calles semidesiertas de la ciudad; entran al lugar donde el dueño los conoce a los dos y los ubica en una mesa cerca a la barra, la música retumba y ella ríe a carcajadas. 

Desde donde está sentado puede observar el salón completo, las mesas están llenas en su totalidad y la gente baila y acompaña con sus palmas y hacen los coros de los temas antillanos que el ama desde que la ama a ella. Su aire aristocrático contrasta con su alegría que desborda y que contagia, baila junto a ella, disfruta la cercanía de su rostro, su perfume que lo embriaga y esa oquedad perfecta para su mano, al empezar su cadera, justo en su cintura debajo de su blusa de seda.

Suena el boogaloo  y retumban los parlantes empotrados en las esquinas del lugar, la cadencia sonora sube desde el piso por el cuerpo y el ron que ya ha hecho su trabajo ruboriza sus mejillas, dan vueltas en medio de los otros bailarines y el humo de cigarrillo cubre el ambiente como una nube, neblina con olor a tabaco y aguardiente.

Esta en el momento preciso en que la corbata se ha convertido en una balaca que aprieta su frente y evita que el sudor corra hasta su rostro, la camisa desabotonada y las mangas dobladas hasta los codos, salsero destellante, watusi de ciudad, sus movimientos se acompasan a sus pasos, su cadera es una con sus manos y sus ojos no se separan de los de ella, que a este momento se han convertido en un par de esmeraldas que contrastan a la perfección con sus labios rojos. Ya llegó el bolero y el beso que saboreo desde el momento en que la vio entrar a su oficina.

En el camino de regreso se desvían, miradas zalameras, acuerdos sin palabras, corren cogidos de la mano, retumban sus pasos en el pavimento y la risa entrecortada por la respiración agitada. En la entrada una señora gorda, con voz suave e hipócrita les pregunta: “¿Toda la noche?”. Se dirige con ademanes de complicidad hasta la puerta rotulada y lo empuja en la cama donde se aman hasta que el día despunta en las ventanas.

II

El partido le ofreció el ascenso justo el día en que ella entró a la Universidad, le dio una retahíla de razones por las cuales debían irse juntos y de como ella estaría feliz y tranquila si se iba con él. Pero ella lo escuchó tranquila, impávida, como si no tuviera ningún sentimiento, solo espero que dejara un espacio para poder acercarse y darle un beso. Así era ella, así la amaba.

Fanfarroneando su nueva posición en el gobierno nacional abandonó la ciudad, ella lo acompañó al aeropuerto y antes del abrazo de despedida le susurró al oído: “Deseo con toda el alma que algún día dejes de pensar solo en ti, los demás también existimos”. Sus palabras lo acompañaron durante varios de los próximos días, pero al cabo de un par de semanas la dinámica del Ministerio y los compromisos sociales, la burda vulgaridad disfrazada de etiqueta, lo que alguna vez soñó en su cuarto como las mieles del poder, habían mitigado las palabras que ella le dejo clavadas en el cerebro.

Una tarde en su oficina pensaba murmurando: “Parezco egoísta, pero no soy un egoísta”… Cuando su secretaria entró alcanzó a escuchar lo que decía en voz alta: “Pero no puedo encontrar una mujer que me interese como tú”.

Un año había pasado cuando a la una y media de la tarde  lo llamaron a su casa, los domingos él se encerraba y se dedicaba a leer y avanzar algunas cosas para la semana entrante, tenía dadas las instrucciones que no lo llamaran a no ser que sea algo urgente, aún para sus familiares y amigos más cercanos, pero se levantó de un solo salto cuando por teléfono le informaron que ella estaba detenida.

Un par de llamadas, uno que otro apretón de manos y una sonrisa prometiendo algún favor, está vez la sacó barata. Justo ahora que empezaba a ganarse la confianza de la gente del partido y que su trabajo había evitado un par de escándalos ante hechos eminentemente obvios pero que él con unas cuantas argucias argumentativas había conseguido librar de la insistencia de un pequeño grupo de periodistas de la oposición.

Viajó en comisión oficial a la ciudad y se hospedó en un hotel, no quiso ir a su casa por razones de seguridad, a las 11 de la mañana subió a hacer una revisión oficial de la cárcel de mujeres y a su verdadera misión, ir por ella.

Al pasar la puerta de guardia ella le sonrió como siempre, él sintió que sus piernas le temblaban y que su pulso se aceleraba. Toda la furia y el discurso preparado de ante mano se volvió trizas cuando ella se abalanzó hacia él y lo abrazó.  Respiro profundo y la apretó a su pecho.

“Vamos estás en libertad”. Dijo en vos seca y ella por primera vez no dijo nada, solo lo tomó de la mano y salió de ese claustro. Esa tarde en el hotel esperó una llamada de teléfono, luego de hablar un par de minutos le dijo en tono de mando: “Solo dispones de una opción y tienes una hora para contestarme”. Al entrar al ascensor, ella echó una mirada al infinito, cerró sus ojos y le dijo: “Acepto”.

III

Cuando llegan los invitados y la iglesia se llena en dos de las naves centrales, él mira con nerviosismo su reloj. La iglesia esta adornada de un blanco meticuloso, no escatimó en gasto alguno, de la puerta al altar hay rosas y moños de tafetán, las damas de honor, el coro de capela, el obispo, los pajecitos y los fotógrafos de farándula.

Su padre y su madre del lado izquierdo de la iglesia y su futuro suegro y suegra en la derecha, familiares y amigos escogidos en largas jornadas de preparación, inclusive el Ministro y su esposa habían llegado el lunes anterior para acompañarlo. Habían  hecho simulacro del matrimonio dos veces, aquí todo el mundo sabia que hacer y donde estar como en una obra de teatro, hasta sus cuñadas corrían a llenar de arroz los bolsillos de los invitados.

Mira de nuevo su reloj, su padre se acerca a arreglarle el nudo de la corbata como simple pretexto, quiere saber si pasó algo. Las damas de honor están en ascuas e invitados y familiares empiezan a impacientarse, sobre todo en el momento en que uno de sus pajecitos cae cuan largo es, en el pasillo central de la iglesia y empieza a llorar bramando con fuerza sobre humana. De verdad que el ambiente era pesado, insoportable, ante la mirada atónita de sus hermanas y la sonrisa socarrona  de sus amigos, no tuvo más remedio que salir a la puerta de la iglesia.  

Contaba los minutos en los dedos de sus manos, miraba de arriba a abajo la calle, los autos estacionados, los últimos invitados ingresando a la iglesia, su tío fumándose un cigarrillo, su mejor amigo hablándole de algo que no entendía y ante tal situación tan exasperante tomó la decisión de ir a buscarla hasta la casa. Ya no le importaba sus familiares o sus amigos, mucho menos la burla o los costos, quería saber que pasó, lo único que quería era saber que ella estaba bien, nada más.

Con la agitación había olvidado decir que se iba a buscarla, pero cuando llegó a la casa ya en la puerta vio al padre, su futuro suegro, de pie con la mirada perdida y al verlo descender del auto estalló en llanto.

Todo se vino a su mente, recorrió un centenar de posibilidades, pero al ver así a ese señor lo tomó del brazo antes que le diera un patatús en esas gradas, ya en la sala tomándose un whisky puro leyó la nota que decía: “Que pena con todos, que pena contigo, pero hace rato que decidí irme a la guerrilla. No me busquen. ¿Cuándo entenderán que existe algo más que lo que ustedes quieren? Daría mi vida porque lo entendieran”.





viernes, 14 de marzo de 2014

OCASO



Los botones están cayendo, ruedan por el piso de madera. Los botones están cayendo de la cama, mientras ríes hasta quedar sin aliento, carcajada que contagia y que cautiva. Tu blusa se desliza por tu espalda y tus pechos se levantan desafiantes. 

La tarde es fría allá en la calle, la gente camina apresuradamente, huyen del frío, de las gotas de lluvia, de los autos apiñados en calles estrechas y maltrechas. A lo lejos el sonido de una radio que trasmite un programa de variedades y el silbido del conserje del hotel llevando o trayendo, no me importa. 

En la calle la gente deambula y caminan mascullando pesadumbres, sueños rotos, casividas, pensamientos absortos, luchas a medias, desesperanzas ajadas por las oraciones sin dueño. Yo en cambio miro tu pezones surgiriéndose al borde del encaje negro, oigo tu risa, contemplo tu figura que embelesa, tu cabello suelto y pendenciero, los hombros, los brazos que sostienen tu cuerpo en esa cama, el pliegue de tu falda y otra vez tu risa. 

Sirvo un vaso de vino tinto y seco, lo escogiste junto al queso que me brindas en la boca de tu boca, mezclo sabores y colores en mi boca y en mis ojos, espero de tus labios un “te quiero”, así se note en los ojos que lo gritas. Esa tonta forma de asegurar con las palabras, como si los lenguajes de tu cuerpo no hicieran estrofas con gestos, formas y brillo en la mirada.

Tus botas de tacón han terminado al pie  de la puerta, lanzadas por tus piernas como un acto de insubordinación y de desprendimiento, yo te miro sin cruzar palabra alguna, otro sorbo de vino entre mi boca para inundar mi paladar y pintar en mi mente tu figura.

Cómo puede la gente vagar por ahí con el corazón vacío, con los ojos mirando en vano, con las manos tocando sin caricia, cómo el 99% de sus vidas se gozan sin goce la delicia de una tarde como esta. Corren a pagar sus deudas o a endeudarse más aun, saltan los charcos de la calle, cubren sus miserables cuerpos de la lluvia que igual los moja.

El cierre de cobre a un lado de tu falda se desata una vez desabotonas el botón del ojal en tu cintura, entonces te  pones de píe y queda frente a mí, piel, encaje y bisutería, esa risa de niña que me trasporta y maravilla.

Saltas de la cama y prendes un televisor que pende de la pared frente a la puerta y tomas de un bocado la copa de vino, se escapa una gota de tus labios y yo la miro con deseo, quiero ser esa gota rodándose en tu rostro, cayendo en medio de tus senos y volviéndome uno en tu cuerpo.

En otros tiempos nos hubieran llevado hacia la hoguera, nos hubieran lanzado a los leones hambrientos o resultado de un pogromo medieval, la masa indolente nos hubiera lapidado hasta dejar una mancha inerte en el andén de enfrente. Tanto goce y felicidad genera rechazo y envidia. Aún hoy, en estos tiempos de fatua libertad, nos debemos esconder en un rincón como este cuarto donde puedo mirarte con las manos y desnudarte con los ojos, sin temor a ser presa de una inquisición contemporánea y nauseabunda.

Comienzas a hablarme dejándote caer sobre la cama suavemente, hay algo mágico en ese momento de elocuencia, me llevas a otra dimensión cuando tu mano delgada se posa entre mis piernas. Me hablas con esa voz de niña mimada y me acaricias como la  mujer que se desliza hasta mi cuerpo.

Pasándote la mano suavemente, desenredo tu frondosa cabellera, avanzando al extremo sur de tu espalda, acariciándote, escuchándote como si estuviera ante el discurso de mi vida. Alcanzo tu nariz con mi mano, paso la palma por tus mejillas, aumentando con el tiempo la presión de la sangre y el ritmo del pulso en mis venas.

Ahora el mundo me resbala, aquella rosa escapada del jardín me tiene atrapado por completo, puede acabarse el mundo en este instante, caer la luna en medio del océano, romperse seis de los siete sellos, converger en el universo otro big bang.  Nada rompería ese momento, ella echada en esa cama, yo en completa comunión con sus ojos y en frecuencia con sus labios que murmuran mientras se acercan; esa fragancia que narcotiza el tiempo y espacio, esas manos que se apropian de mi por etapas que me recorren en descargas por mi espina dorsal, completan lo más cercano a la perfección y al cielo. 

No supe como quede desnudo ante tus ojos, incluso no se en que momento encontraste la precisa manera de leerme, sin mediar palabra descubría, sin decirnos nada cumplíamos a pie juntilla. Afuera las nubes y la lluvia, la gente y sus dilemas, la ciudad con todos sus enredos; adentro la fineza de porcelana antigua, el fresco de un pintor aun sin terminar, los sentidos y las sensaciones emanan de mí  como cuando se me ocurren las mejores ideas y aun así, no atino a descifrar el porqué de mi sentimiento de indefensión ante tus ojos.

Mientras recorro tus caminos se va alejando la cruda realidad, la guerra, la muerte, los problemas. Y el mundo cobra la dimensión de la obra perfecta del dios de nuestros padres, se me ocurre que estoy lejos de esa calle tras el muro. 

Las mejores ideas me resultan en tu piel, el pasado y el futuro ya no existen, bebo de tu vino y creo como acto de fe que un corazón lleno de amor es suficiente.

Corre por mi cuerpo solo la existencia contada a partir del momento en que arrancaste los botones de tu blusa, retumba el sonido de los botones cayendo en el piso, rodando hasta la puerta, los miro de reojo mientras duermes abrazada a mí, los ojos cerrados, la noche adornada por la luna llena, afuera ha dejado de llover y yo en cambio comienzo a despedirme del cielo para regresar a los caminos fangosos, la gente hermética, los autos y sus luces y el silencio eterno que aturde hasta el día en que vuelva a verte. 
Jorge Narváez C.