CARTAS DE AMOR 27
Señora mía, alma mía,
En las entrañas de mi existencia,
una fuerza implacable me arrastra hacia usted, como un imán que no entiende de
resistencia ni de razón. El destino, con su mano firme y cruel, me une a usted,
en un abrazo que no tiene escape. Cada latido de mi corazón, cada susurro que
se pierde en la penumbra de la noche, es un eco que grita su nombre, una llama
que arde en el crepúsculo de mi deseo interminable.
Daría lo que fuera para que este
dolor que me habita no fuera tan real, para haber mantenido en silencio este
amor que, como una tormenta, ha arrasado mi paz. Si pudiera regresar a aquel
primer encuentro, cuando sus ojos se posaron sobre mí como el primer rayo de
sol en la mañana helada, lo haría sin dudar. El peso de esta pasión desbordante
me aplasta, me arrastra hacia un abismo que he aprendido a amar y temer con la
misma intensidad.
El tiempo, ese río escurridizo,
se desliza entre mis dedos como arena fina que no puedo detener, mientras mi
alma se consume en el ardor de un anhelo implacable. En cada silencio
compartido, en cada mirada furtiva, descubro la misma llama que me impulsa
hacia usted, la misma obsesión que arrastra mis pensamientos al límite de un
amor imposible.
Este dolor es mi compañero fiel,
un eco persistente que nunca cesa, que nunca se apaga. Cada latido se convierte
en una súplica silenciosa, cada susurro en un lamento que clama por el fin de
este ardor, que anhela guardar este amor en el secreto de mi pecho, lejos de
las llamas que devoran mi serenidad. Pero en la sombra de mi deseo, en la
oscuridad de mi alma, temo que, de este amor, este dolor, sea todo lo que me
quede.
Así, me encuentro atrapado entre
la belleza de lo inalcanzable y la tormenta de mis sentimientos, inmortalizando
en cada palabra el tormento de desear lo imposible. Y mientras mis entrañas
continúan arrastrándome hacia usted, me pregunto si alguna vez encontraré paz
en este torbellino de amor y desesperación.
Suyo por siempre,
Jorge alberto Narváez Ceballos.
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