Samaniego
En las montañas que se alzan hacia el cielo,
donde el viento juega con las arrugas de la tierra,
el alma encuentra refugio en el verde profundo,
en las largas sombras de los árboles floridos,
susurrantes bajo la luz de una luna antigua.
Allí nacen los recuerdos,
en el eco de los ríos que nunca callan,
y corren como una vieja canción,
tejiendo la memoria al sol y al agua,
floreciendo en la quietud de su paisaje.
La vida aquí es como una piedra
que cae lenta en un lago secreto,
creando círculos,
círculos infinitos,
círculos como sueños frágiles
y la esperanza que persiste,
inmensa bajo el cielo que se rompe en luz.
Es en la calma de sus montes
donde se escucha el latido del universo,
donde el silencio se convierte en voz,
voz de lo eterno.
Aquí nace la paz que tanto anhelas, Samaniego,
que respira en la luz y en la sombra,
como el canto de los días que se esperan.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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