domingo, 8 de septiembre de 2024

DESDE EL EXILIO

Desde el exilio

 

¿Sabes? El exilio es una cosa curiosa, casi como una piedra en el corazón, que transforma la tierra en un vasto desierto de recuerdos olvidados. En mi caso, aquí en Madrid, el alma se siente como un barco sin brújula, navegando entre las sombras de un pasado que no se borra. La nostalgia, esa vieja amiga de la que nunca te libras, teje sus hilos en las grietas del tiempo. Caminas sin rumbo, buscando un refugio que parece no existir.

 

Las calles de esta ciudad, aunque llenas de vida, son frías y desoladas para mí. Los rostros que pasan, ajenos y distantes, son como sombras que se desvanecen en la penumbra. Aquí, los árboles no cantan, el viento no susurra, y el sol no acaricia como lo hacía en casa. Cada rincón de esta nueva tierra es un espejo distorsionado del hogar. Las calles pueden ser nuevas, pero no tienen la familiaridad de las viejas calles que una vez conocí. Los rostros son desconocidos, las voces extrañas, y las promesas, vacías como el eco de un grito lejano.

 

El exilio, para mí, es como un grito ahogado que se pierde en la distancia, aunque eso suene a vallenato. Llevas contigo el peso de las raíces arrancadas, la tristeza de los abrazos que no se darán y la pérdida de un horizonte que alguna vez fue conocido. En el exilio, aprendes a vivir en la ausencia, a respirar en el vacío que queda cuando todo lo que amabas se ha ido. Cada rincón del presente está lleno de una falta que duele como un vacío que no se puede llenar.

 

Cada día es una búsqueda constante, un intento de reconstruir lo que se ha perdido. Encuentras consuelo en los libros y en las palabras que te conectan a un tiempo y un lugar que ya no existen, pero que siguen vivos en la memoria, no importa que ahora veas cada rincón en la red. En el exilio, cada recuerdo se convierte en un refugio, cada pensamiento es un anhelo, cada lágrima un testimonio de lo que se ha dejado atrás. A pesar de todo, sigues adelante. En el fondo del corazón, siempre hay una llama que se niega a apagarse.

 

A veces, en las noches solitarias, me encuentro hablando con las estrellas, buscando en el firmamento un rastro de mi tierra perdida, un signo de que aún existe un lugar donde mi corazón pueda encontrar paz. A pesar de la vasta distancia, la memoria y la lucha permanecen como los últimos refugios de mi ser.

 

Pero, ¿sabes qué? A veces, en medio de esta lejanía, el destino tiene sus propias formas de devolver lo perdido. El triunfo de la izquierda en Colombia, esa victoria tan esperada y tan deseada, nos trajo de vuelta un pedazo de patria a estas tierras extranjeras. Fue como si, de pronto, el eco de nuestra tierra se hiciera sentir nuevamente, rompiendo la distancia y el olvido.

 

En esos momentos, cuando el triunfo se hizo realidad, no pude evitar sentir que estábamos de regreso en el patio del colegio, en una izada de bandera. La emoción nos invadió como si volviéramos a ver a nuestras compañeras de quinto año bailando cumbia con la misma alegría de antes. El himno sonó en nuestros corazones con la fuerza y la pasión de aquellos días sencillos y felices, y nos hizo cantar como si estuviéramos allí, en nuestra tierra querida, rodeados de la gente que amamos. Entonces lloramos, lloramos de alegría, lloramos por los que no pudieron celebrar, lloramos por nuestros compañeros y nuestros amigos. Lloramos y esta vez fue de pura felicidad, con el orgullo de haberles arrancado de las manos una vez, al menos, el triunfo a los fachas. 

 

Así, en el exilio, la patria regresó a nosotros con un vigor renovado, y en la distancia, encontramos una forma de volver a ser parte de ese sueño colectivo que nunca se extinguió. En medio de la nostalgia, la esperanza y el amor por la tierra que nos vio nacer, encontramos la fuerza para seguir adelante, con el corazón lleno de orgullo y la promesa de un futuro mejor.

 

Y hoy desde este exilio, con las ganas vivas de volver, solo les pido que no dejen jamás que ellos, los monstruos de las motosierras, nunca, vuelvan al poder.  

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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