domingo, 15 de septiembre de 2024

RESUMEN

Resumen

 

El viento que sopla desde las montañas trae hoy algo más que el susurro de las hojas. Viene cargado con las palabras postergadas por la historia, los sueños que se ahogaron en el olvido y el eco lejano de la risa infantil, esa que alguna vez resonó en los montes antes de que la guerra lo arrasara todo. Ahora, esa risa vuelve a sonar libre, frente a los representantes de un gobierno que ha cambiado el lenguaje contrainsurgente por el de la paz con justicia social y dignidad. Las montañas de Nariño, antiguas y altivas como reinas ancestrales, fueron testigos silenciosos de la sangre que corrió por los ríos como venas abiertas. Sin embargo, hoy esas mismas cumbres, resucitadas por un nuevo aliento, observan desde sus alturas cómo el pueblo se levanta en las calles, no con miedo, sino con una esperanza renacida.

 

El poder, esa quimera astuta que solía habitar en los despachos perfumados de quienes vestían trajes y corbatas como armaduras de engaño, ya no está allí. Ahora el poder camina por los caminos polvorientos, lo llevan los hombres y mujeres que entendieron que es en sus manos, curtidas por la historia, en sus cicatrices que nunca olvidaron el dolor, pero que tienen la capacidad de perdonar y la ternura de amar, donde reside la fuerza para transformar la historia. En las plazas, donde antes solo resonaba el eco de promesas vacías, ahora el aire huele a futuro, a ese futuro que una vez fue negado a quienes vivieron con la piel quemada por el sol y los rostros esculpidos por siglos de injusticia. Porque ahora el poder no está en los representantes de las oficinas, las direcciones, los ministerios o las comisiones; el poder es del pueblo.

 

Intentarán apagar el fuego, sin saber que la llama de un pueblo no se extingue. Los muros que levantaron para contener el miedo ahora se ven pequeños e inútiles ante la fuerza de quienes se niegan a aceptar la sumisión como destino. Porque no hay poder más grande que la dignidad de los olvidados. Los campesinos, los obreros, los indígenas, las mujeres, los jóvenes; todos aquellos que habitaron las fronteras invisibles del poder, saben que la justicia no se pide como un favor, sino que se toma con las manos, como se toma el pan recién salido del horno y se reparte entre hermanos.

 

El fascismo, como un monstruo de mil cabezas, aún intentará sembrar el terror. Pero el pueblo, con la paciencia de la tierra que resiste al vendaval, responderá con el amor. Un amor que no es solo una palabra dulce, sino una trinchera viva, un grito de lucha que se alza en medio de la tormenta. Y en esa resistencia, tejida con las manos ásperas de los campesinos y las voces entrelazadas de los obreros, los negros, los indígenas se canta un himno que resuena más fuerte que las balas: “No pasarán”.

 

Hoy el sol brilla distinto en el cielo de mi Patria. No porque las nubes se hayan ido, sino porque la luz ha regresado al lugar al que siempre perteneció: las manos del pueblo. Y así, entre cantos de victoria y cicatrices que ya no duelen, se teje una nueva historia. Porque aquí, en esta tierra de montañas eternas, el fascismo no pasará. Y aquellos que aprendimos a resistir, lo hicimos cantando, y ellos, los enemigos del pueblo y de la paz, no saben que el canto es la aurora que anuncia el renacer de todo lo que alguna vez fue arrebatado.

 

COMPAÑERO PRESIDENTE, ESTAMOS CUMPLIENDO

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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