viernes, 27 de septiembre de 2024

EL TRAPICHE

El trapiche

 

El trapiche respira con el ritmo de la caña que, en manos callosas, se convierte en dulce. El vapor sube al cielo y parece que las nubes fueran sólo el aliento de la montaña. Entre todo ese bullicio, en medio de la molienda interminable, está Él, un niño de pies descalzos y ojos grandes, que apenas alcanzan a ver por encima de la olla de miel burbujeante.

 

"¿Qué se necesita para hacer la paz?", le pregunta al abuelo, ese hombre de manos duras y alma tranquila, que alguna vez soñó con la libertad pero que ahora sólo sueña con lluvia en tiempos de sequía.

 

"Para hacer la paz, hijo", responde el viejo, "se necesita más que miel. Se necesita cortar el miedo como se corta la caña. Pero aquí, en esta tierra nuestra, el miedo está sembrado desde antes de que tú nacieras."

 

El niño sigue su labor, empujando la caña, girando las ruedas del trapiche como si con cada vuelta pudiese exprimirle un poco de paz al mundo. Sueña con que un día no se escuchen más balas, ni gritos en la noche, ni el crujido seco de una puerta siendo derribada. Sueña con que su madre no tenga que esconderse cada vez que alguien extraño llega a la vereda. Sueña, sobre todo, con que la panela que fabrican con sudor, endulce más que el café de la media mañana. Que endulce las almas de los que han olvidado que la vida es más que guerra.

 

"El día en que la paz llegue, abuelo, ¿cómo sabremos que es real?", pregunta con la inocencia que sólo un niño puede tener.

 

El abuelo sonríe, pero sus ojos no brillan. "La paz es como la panela, mijo. Dura de hacer, fácil de romper. Pero si un día llega, la reconocerás. No por los fusiles que callen, sino por el susurro de las hojas al viento, por el canto de los pájaros volviendo a su nido, por la risa de los niños que juegan sin miedo. La paz real será cuando puedas ir a estudiar y regresar de nuevo cantando por el camino como lo hacía yo cuando era niño"

 

Y el niño sigue trabajando, soñando con ese día, mientras el trapiche gira, una y otra vez, en las montañas de Nariño.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba


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