miércoles, 4 de septiembre de 2024

LOS ATARDECERES ROJOS

Los Atardeceres Rojos

 

Las tardes se desangran en tonos rojos. El volcán eterno se dispone a posar para las fotos que logro capturar con mi celular de gama media, y es en ese momento cuando recuerdo tu mano, cálida y distante, cuánta falta le hace a la mía. 

Hay algo en esos atardeceres que huele a despedida, a final de día, de mes o de verano, a días que se escurren entre los dedos como arena seca, casi polvo. El cielo se enciende en llamas y, por un instante, el mundo entero parece arder en una melancolía suave, en ese último resplandor antes de que la noche nos envuelva.

 

Tu mano, esa que me hace falta, ligera como el viento que arrastra las hojas caídas, dibuja en mi piel mapas invisibles de recuerdos compartidos. Sé que, de todas formas, es mi mente la que te trae. Pero en cada caricia siento la pérdida de un día que no volverá, de un sol que se oculta demasiado pronto, dejando la certeza de que la oscuridad siempre regresa, silenciosa y voraz.

 

Hay una tristeza dulce en estos atardeceres, una belleza que duele, que se clava en el pecho como una espina que no quiero arrancar. Los rojos se mezclan con los dorados, y en ese instante fugaz, cuando el sol se funde en el horizonte tras el volcán eterno, parece que el tiempo se detiene, que la vida respira hondo antes de continuar su marcha inexorable.

 

Tu mano sigue allí, en mi mente, firme y temblorosa a la vez, y en su calor encuentro un refugio contra la certeza de que estos atardeceres rojos no son nuestros, que no nos pertenecen. Se irán, como se va el sol, como se van los días, dejándome solo en la penumbra, con las sombras alargadas de lo que alguna vez fui.

 

Me haces una falta mortal, casi destructora; me demuele pensar en tu mano sin tenerla. Me dueles ausente, me dueles lejana.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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