martes, 24 de septiembre de 2024

RESPUESTAS

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Mi cielo de niño era un tapiz infinito, surcado por nubes que dibujaban formas imposibles, castillos, animales de viento que se disolvían antes de que pudiera tocarlos. Ese cielo lo guardo dentro, a veces lo busco en las noches de insomnio, en las tardes en camino solo, pero ya no es el mismo. Las estrellas, que antes me guiaban, ahora son solo puntos fríos, lejanos. ¿En qué momento el cielo se apagó? ¿O fue mi mirada la que dejó de soñarlo?

 

Mi suerte en la vida es un susurro que cambia de dirección, como el viento que jugueteaba en los árboles de mi infancia. A veces siento que la suerte me sonríe, como una moneda lanzada al aire, brillando por un segundo en su danza incierta. Otras veces se escapa entre los dedos, como arena que no puedo retener, y entonces me pregunto si la suerte es algo que realmente existe, o si somos nosotros los que le inventamos un nombre para sentirnos menos solos.

 

Mi juego preferido, el escondite. Correr y esconderme entre los rincones del mundo, sintiendo que el corazón latía más rápido que mis pasos, como si la vida fuera una persecución eterna donde el secreto es nunca dejarse encontrar, luego me volví guerrillero, después me seguí escondiendo, hasta que me encontraste. Y ahora, que ya no corro, siento que sigo escondido, no de los otros, sino de mí mismo, perdido en los laberintos de los días que se repiten. ¿Y si nunca dejo de jugar? ¿Y si este es el verdadero juego, el que no tiene final?

 

Mi risa era una tormenta desatada en mi pecho, estallando con la fuerza de los ríos en invierno. Era la música que llenaba los vacíos, el puente que cruzaba todas las penas. Pero ahora, la risa se ha vuelto una sombra de lo que fue, una suave brisa que apenas despeina las hojas. Me río, sí, pero es una risa que sabe de ausencias, de lo que fuimos y ya no somos. Y aun así, en esa risa rota, encuentro algo de esperanza, sobre todo cuando reímos juntos, cuando nos burlamos de todo, como si cada carcajada fuera una promesa de que la vida sigue, aunque el cielo cambie, aunque el juego termine, aunque la suerte sea un espejismo.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

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