viernes, 30 de agosto de 2024

PARA SIEMPRE

Para siempre

 

Jugarse la vida por amor es el único pacto que no conoce la muerte. Es apostar cada latido, cada respiro, en un baile frenético con el destino, donde las sombras y la luz se entrelazan en una danza sin fin. No se trata de sobrevivir, de contar los días que se suceden como páginas de un calendario olvidado. Es sentir en cada poro la chispa de lo eterno, el susurro de lo inmortal, que nace en el momento en que decidimos entregarnos sin reservas.

 

El amor verdadero no se mide en años ni en promesas. Se mide en la intensidad con la que nos arrojamos al abismo, confiando en que las alas del sentimiento nos sostendrán. Vivir por amor es quemarse en una hoguera que no se apaga, es ser ceniza y al mismo tiempo, ser fénix. Es la única manera de desafiar al tiempo, de reír en la cara de lo efímero, sabiendo que en ese salto, en ese acto de fe, nos convertimos en algo más grande que nosotros mismos.

 

Porque amar con todo el ser es trazar un camino hacia la eternidad, es dejar una huella indeleble en el alma del otro, un rastro que ni el olvido puede borrar. Vivir para siempre no es cuestión de permanecer, sino de vibrar en la memoria de quien nos ha amado, de resonar en los rincones más ocultos de su ser. Es ser la melodía que nunca se apaga, el eco que perdura más allá de la última nota.

 

Jugarse la vida por amor es el secreto de la inmortalidad. Es comprender que, en ese acto de entrega total, nos liberamos del miedo, de la soledad, del vacío. Es en el amor, en ese riesgo sublime, donde encontramos la verdadera vida, una vida que no termina con el último aliento, sino que se despliega en la eternidad de los corazones que tocamos para siempre.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba 


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