Me ves,
pero no sabes lo que hay detrás de mis ojos,
esa tormenta que se desata
cada vez que pronuncias mi nombre.
Y aun así te quedas,
sin preguntar, sin huir,
como si entendieras que mis silencios
son gritos que el tiempo ha ido apagando.
Me ves,
y tu mirada acaricia mis heridas
con la ternura de quien sabe
que el dolor no se cura con palabras,
sino con la simple presencia
de alguien que no teme a la oscuridad.
Y no te asusta lo que encuentras,
las grietas que se han formado
en el corazón de quien ha amado demasiado,
de quien ha dado todo
y se ha quedado con las manos vacías.
Me ves,
y en ese acto sencillo
me salvas de mí mismo,
me recuerdas que aún hay luz
en algún lugar,
aunque a veces me cueste encontrarla.
Y eso es suficiente
para empezar de nuevo,
para creer que quizás,
algún día,
podré mirarme como tú me miras,
y ver algo más que cicatrices.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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