miércoles, 28 de agosto de 2024

EL BARRIO

El Barrio

 

El barrio, aquel trozo de tierra donde las casas tenían alma y los árboles nombres propios, se ha convertido en parte de la selva de cemento. Hace cuarenta años, los niños jugaban en las calles, y las vecinas se saludaban desde las ventanas. Hoy, esas mismas calles son ríos de asfalto por donde navegan autos sin destino, y las ventanas ya no se abren para dejar entrar el aire de la vida, sino para cerrarse al ruido interno, de un mundo que ha olvidado cómo hablar.

 

Las casas, esas que una vez fueron santuarios de historias y recuerdos, se han estirado hacia el cielo en edificios que no conocen el calor de un abrazo. Cada piso es una cápsula, una isla flotante en la que los habitantes son náufragos de sus propias vidas. El parque, antes un refugio de risas y secretos, es ahora un estacionamiento donde los carros reposan en fila, como soldados de un ejército que ya no tiene por qué luchar.

 

El barrio ya no es de nadie. Las puertas que antes se abrían para invitar al vecino a un café, ahora son muros que separan, que dividen. Nadie recuerda el nombre del anciano que cuidaba las flores en la esquina, o de la mujer que vendía empanadas al caer la tarde. El barrio ha perdido su rostro, su olor a pan recién hecho y a tierra mojada, ya no hay niños que busquen dar la lleva o cambiar las figuritas en la desaparecida tienda del vecino.

 

Los recuerdos se desvanecen en el eco de las sirenas, en el zumbido constante de una ciudad que crece sin detenerse, que traga lo que un día fue y lo escupe como un suspiro olvidado. Y en esa bulla, en ese caos ordenado, el barrio se disuelve, como un sueño que al despertar se convierte en nada.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Pasaje Corazón de Jesús Pasto
fotografía Daniel Olarte
Danielita Bang


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