sábado, 10 de agosto de 2024

CICATRICES DE LA MEMORIA

 Cicatrices de la Memoria

 

Dijiste que no debería escribir sobre esto, que no debía recordar, porque recordar es un lastre. Dijiste que debía soltar este peso, descalzarme de la historia y caminar por un nuevo camino, como si el olvido fuera un sendero limpio, sin espinas ni sombras. Pero, ¿qué sabes tú de recordar? Tú, que piensas en el tiempo como una línea recta, un paso delante del otro, como si los días fueran soldados marchando, siempre hacia adelante, sin mirar atrás.

 

Yo, en cambio, recuerdo en espirales, en círculos que regresan al comienzo, que giran y giran, y me devuelven al eco de la guerra, al dolor de la pérdida, al grito ahogado en la garganta de los desaparecidos. Recuerdo en laberintos donde mis muertos viven en las paredes, donde la justicia se viste de polvo y sangre, y el silencio pesa más que las palabras.

 

La justicia, después de la guerra, no es una línea recta. Es una herida abierta que se cierra y se abre, una cicatriz que arde cuando llueve y cuando el sol cae sobre los nombres olvidados. Es una búsqueda interminable, un espiral de memoria que nos devuelve siempre al mismo lugar: la verdad no dicha, la reparación no concedida, la paz que aún se arrastra herida en medio de los escombros.

 

¿Qué sabes tú de recordar? Recuerdo en círculos que aterrizan en lugares que había olvidado, en rostros que alguna vez vi y ahora vuelven con el peso de la justicia no cumplida. Recordar es pesado, sí, pero es necesario. Porque en la espiral de la memoria está la clave para que la justicia no se pierda en los caminos nuevos, esos que, sin memoria, no llevan a ninguna parte.

 

¿Qué sabes tú del perdón? El perdón no es olvidar. Perdono, sí, porque en el perdón encuentro el alivio, pero nunca olvido. El olvido sería un nuevo silencio, una traición a las voces que aún resuenan en la tierra herida. Perdono, pero la memoria queda, como un eco que insiste, como una cicatriz que marca, para que el dolor no se repita, para que el perdón no sea un pretexto para el olvido, sino una promesa de que la justicia vendrá, y con ella, la paz.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos.



 

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