lunes, 19 de agosto de 2024

EL NEGRO

El Negro

 

Negro, grande y gordo, no era un gato cualquiera. Sus ojos, dos esferas amarillas, reflejaban las estrellas que nunca se apagaban en su mirada. Se decía que había nacido bajo un eclipse, y que por eso su pelaje era tan oscuro como la noche más profunda, un manto de sombras que se confundía con el cielo al caer el sol.

 

Nadie sabía de dónde había venido. Un día simplemente apareció, deslizándose entre los tejados como un suspiro olvidado. Los niños del barrio lo miraban con asombro y algo de miedo. “Es el gato diablo,” decían las abuelas, “un hechicero que se oculta en la piel de un gato.” Los viejos afirmaban que lo habían visto hablando con las estrellas, y que éstas le respondían, en un lenguaje antiguo que nadie más podía entender, eso casi que se confirmaba porque en el silencio de las noches se oía en los tejados el maullido y claro parecía que pronunciaba la palabra “diablo”.

 

El gato, sin embargo, no tenía más poderes que los que la gente le atribuía. Su magia estaba en la forma en que movía el mundo a su alrededor, en cómo sus pasos suaves sobre los tejados silenciaban las discusiones y sus ojos tranquilizaban los corazones rotos. Los amantes, en las noches de luna llena, lo veían saltar de un tejado a otro, y creían que el amor, como el gato, era capaz de superar cualquier abismo.

 

Había una mujer en el barrio, doña Marina, que le temía más que a la muerte. Decía que el Gato diablo era el espíritu de su esposo muerto, que había regresado para vigilarla. Una noche, cuando el gato se posó en su ventana, ella le lanzó una piedra. Pero él, ágil como un suspiro, la esquivó con elegancia y siguió su camino, dejando a doña Marina con su remordimiento a cuestas.

 

El tiempo pasaba, y el Gato seguía saltando por los tejados, apareciendo y desapareciendo como un fantasma que no se decide a partir. Los días de tormenta, cuando el viento rugía y las nubes amenazaban con tragarse la ciudad, él se quedaba quieto en su rincón favorito, observando el caos con la calma de quien sabe que las tormentas siempre pasan.

 

Una madrugada, cuando el barrio aún dormía, el gato negro se fue. Nadie lo vio partir, pero todos sintieron su ausencia. Los tejados, ahora vacíos, parecían más fríos, y las noches, más largas. Se dijo que se había transformado en una estrella, la más brillante de todas, y que desde allá arriba seguía cuidando de los suyos, saltando de una constelación a otra.

 

Con el tiempo, el barrio lo olvidó, pero cada vez que un gato negro cruzaba la calle, alguien murmuraba su nombre, como un conjuro para recordar que, aunque el gato diablo ya no estaba, su espíritu seguía viviendo en cada rincón, en cada sombra, en cada salto por los tejados. Y así, el día que trajeron al Negro, un bebe de 3 meses, el gato que desafiaba la noche, se convirtió en una leyenda viva, como todas las leyendas que nunca mueren, viviendo conmigo en la misma casa.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Mi gato "El Negro" 


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