Señora bonita,
Su voz es como esa melodía que me
acompaña en la soledad, un susurro de viento que me trae historias de lugares
donde la vida no tiene fronteras y todo se vuelve posible. Me encanta que me
llame, que conteste mis cartas, y sobre todo, que me piense. Usted sabe que es
mi refugio, ese rincón donde el frío se olvida de existir y los fantasmas, que
a veces se atreven a visitarme, se desvanecen con el toque simple y cálido de
sus palabras.
Quiero mirarme pronto en sus
ojos, esos ojos que me observan con una mezcla de ternura y complicidad. Porque
allí, las tormentas que agitan mi corazón se aquietan, como si la luna,
cómplice, se encargará de arrullarlas hasta que se duermen en paz.
Quiero que recuerde que cada vez
que me mira, es como si el mundo renaciera con nuevos colores, colores que solo
nosotros entendemos, donde la calma no es más que un suspiro compartido y los
sueños, que creía perdidos, se despiertan de nuevo, convocados por el eco suave
de su voz. Esa voz suya, que es como un río claro y tranquilo, me lleva sin
prisa, arrastrando con delicadeza las sombras que a veces oscurecen mis días
grises. Y en su sonrisa, descubro cada día un nuevo amanecer, un sol que se
atreve a romper la oscuridad, invitándome a empezar de nuevo, como si cada
mañana fuera la primera vez que abro los ojos a la vida.
Quiero su abrazo, señora. Es ese
río sereno que no se apura, que acaricia con suavidad la orilla de mi vida,
recordándome que siempre hay un rincón, un pequeño espacio donde la calma me
espera, paciente. En sus brazos, mi alegría florece, como una flor que, contra
todo pronóstico, crece en medio del caos. Es como un suspiro que lleva en su
aliento la esperanza de volar. Usted, señora bonita, es mi refugio, mi lugar
secreto, mi todo.
Con todo el amor,
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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