Cartas de amor 34
Señora bonita,
Es en el silencio de la noche,
cuando la luna asoma tímida entre las sombras, que mi corazón se desborda en un
mar de recuerdos. Cada latido lleva su nombre, cada suspiro su esencia, y me
encuentro prisionero de un tiempo que no vuelve, de un instante que se perpetúa
en mi alma como un eco sin fin.
A veces, me pregunto si estas
palabras llegarán a usted como un susurro, si sentirá en lo profundo de su ser
el temblor que recorre mi cuerpo al evocarla. Es como si el viento trajera
consigo el aroma de los días compartidos, de las miradas que hablaban más que
cualquier palabra. Cuánto daría por perderme de nuevo en la dulzura de tus
ojos, en ese brillo que iluminaba mis días grises y hacía que todo, incluso el
dolor, tuviera sentido.
Pero hoy, solo me queda la nostalgia,
ese sentimiento que se ha convertido en mi más fiel compañero. La nostalgia de
tus abrazos, de tus palabras, de la sencillez con la que transformabas lo
cotidiano en algo extraordinario. Vivimos instantes que parecían eternos, pero
que ahora se desvanecen entre los dedos como arena fina, dejando tras de sí un
vacío que solo tu recuerdo puede llenar.
No hay un rincón en mi vida que
no te pertenezca. Te llevaste contigo una parte de mí, y en mi pecho solo quedó
el latido incansable de lo que fuimos, de lo que nunca dejaremos de ser. Te
añoro con una intensidad que a veces me asusta, como si mi ser estuviera
destinado a vivir en esta eterna espera, en esta búsqueda de lo irrecuperable.
Y sin embargo, en medio de esta
marea de añoranza, surge una certeza que me sostiene: el amor que siento por
usted, sigue vivo, indestructible, en el rincón más recóndito de mi corazón.
Aunque el tiempo y la distancia quieran imponerse, no podrán borrar lo que ha
sido escrito con el fuego de mi alma.
La extraño, señora hermosa, como
se extraña la luz en la penumbra, como se anhela el calor en el frío. Y
mientras tanto, seguiré viviendo de este recuerdo, de esta añoranza que me
mantiene unido a usted, como la tierra al cielo, como la sombra al cuerpo.
Con todo mi ser,
Suyo, eternamente.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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