domingo, 11 de agosto de 2024

LA MARIPOSA Y LA ABEJA

La Mariposa y la Abeja 

 

En los vastos campos de maíz que tejían el horizonte, nació una mariposa. Sus alas eran un mosaico de colores que contaban historias antiguas, leyendas que los hombres aún no habían descubierto en el tejido del universo. La mariposa, ligera como el aliento del viento, volaba de flor en flor, bailando con el resplandor del día.

 

Un día, se encontró con una abeja, trabajadora y diligente, que recolectaba el néctar de las flores con una precisión casi divina. La mariposa, curiosa, se acercó y observó cómo la abeja, sin descanso, transportaba la dulce savia a su colmena. La abeja no tenía tiempo para el vuelo libre, ni para los juegos de luces en el aire; su vida era un ciclo interminable de trabajo, una danza entre la flor y la colmena.

 

La mariposa, con la suavidad de una brisa, preguntó a la abeja: “¿Por qué te entregas a este trabajo sin fin? ¿Acaso no ves la belleza del mundo que te rodea?”.

 

La abeja, sin detener su labor, respondió: “En mi trabajo está mi sentido, en cada gota de néctar que recolecto, en cada vuelo de regreso a la colmena. Mi vida no es solo mía; pertenezco a un todo que me trasciende, un todo que me define. La dulzura que traigo no es para mí, sino para aquellos que vendrán después”.

 

La mariposa, pensativa, revoloteó alrededor de la abeja, sintiendo la gravedad de esas palabras. Ella, que volaba sin rumbo, que se dejaba llevar por el capricho del viento, sintió una punzada en su corazón de polen. Su vuelo, tan libre y sin propósito, era hermoso, pero también vacío.

 

Y entonces, mientras el sol se despedía en un abrazo de fuego, la mariposa entendió. Entendió que en la vida de la abeja había un propósito que la suya no conocía. Entendió que el vuelo sin dirección podía ser hermoso, pero la labor, el trabajo que construye y deja huella, tenía un peso que sus alas no podían sostener.

 

Al día siguiente, la mariposa decidió volar junto a la abeja. No para recolectar néctar, sino para aprender la lección que la abeja, sin saberlo, le había enseñado: que la verdadera belleza no está solo en la libertad, sino también en el compromiso, en la entrega a algo más grande que uno mismo.

 

Y así, en los cielos, la mariposa y la abeja tejieron un nuevo mito, uno que hablaba de la unión entre el vuelo libre y el trabajo incansable, del equilibrio entre el sueño y la realidad, y de cómo en ese encuentro se encontraba la esencia de la vida.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos.



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