viernes, 2 de agosto de 2024

EL ARMADILLO Y LA TORTUGA

 EL ARMADILLO Y LA TORTUGA

 

En un rincón olvidado de la vasta sabana, vivían el Armadillo y la Tortuga. No eran amigos, ni enemigos. Simplemente existían, como dos estrellas en el cielo nocturno que, aunque cercanas, no se tocan. Ambos, con sus armaduras forjadas por el tiempo, caminaban despacio, llevaban el peso del mundo sobre sus espaldas, pero con una diferencia fundamental: la Tortuga siempre miraba hacia adentro, mientras que el Armadillo, hacia afuera.

 

La Tortuga, con su caparazón acorazado, era un refugio ambulante. Cada paso que daba era una danza con la eternidad, un recordatorio de que la vida es un viaje sin prisa. Contaba historias a las piedras y a las raíces, historias de un tiempo en que el mundo era joven y los dioses jugaban a crear montañas y ríos.

 

El Armadillo, por su parte, era un guerrero de la tierra. Su armadura no era solo su hogar, sino su escudo contra el mundo. Corría entre los matorrales, se escabullía de los depredadores, y en la noche, bajo la luz de la luna, se detenía a contemplar el cielo, preguntándose qué había más allá de las estrellas.

 

Un día, mientras el sol se escondía tras el horizonte y el cielo se teñía de anaranjado, se encontraron. La Tortuga, con su paso lento y firme, levantó la cabeza y vio al Armadillo. Él, con su mirada curiosa y vivaz, se acercó con cautela.

 

—¿Quién eres? —preguntó el Armadillo, desconfiado pero intrigado.

 

—Soy la Tortuga —respondió ella—. Llevo mi hogar en mi espalda y mis historias en el corazón. ¿Y tú?

 

—Soy el Armadillo. Mi armadura me protege del mundo, pero mi corazón siempre busca aventuras.

 

Se quedaron en silencio, contemplándose. En ese instante, comprendieron algo profundo: aunque sus armaduras eran diferentes, ambas eran necesarias. La Tortuga ofrecía la sabiduría del tiempo y la calma, mientras que el Armadillo traía la valentía y el movimiento.

 

Decidieron caminar juntos, al menos por un tiempo. La Tortuga le enseñó al Armadillo la paciencia, el arte de escuchar el susurro del viento y el murmullo del agua. El Armadillo le mostró a la Tortuga los secretos de la tierra, cómo encontrar alimento y cómo protegerse de los peligros.

 

Con el paso de los días, sus diferencias se convirtieron en fortalezas. La Tortuga encontró en el Armadillo una chispa de vida que avivó sus viejas historias, y el Armadillo halló en la Tortuga un ancla que le permitió descubrir la belleza y el placer de la lentitud del tiempo.

 

Y así, el Armadillo y la Tortuga, dos seres de mundos distintos, caminaron juntos bajo el mismo cielo, recordándonos que en la diversidad de nuestras armaduras se encuentra la riqueza de la vida.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos.


Barniz de Pasto
Maestro Eduardo Muñoz Lora

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