EL ARMADILLO Y LA TORTUGA
En un rincón olvidado de la vasta
sabana, vivían el Armadillo y la Tortuga. No eran amigos, ni enemigos.
Simplemente existían, como dos estrellas en el cielo nocturno que, aunque
cercanas, no se tocan. Ambos, con sus armaduras forjadas por el tiempo, caminaban
despacio, llevaban el peso del mundo sobre sus espaldas, pero con una
diferencia fundamental: la Tortuga siempre miraba hacia adentro, mientras que
el Armadillo, hacia afuera.
La Tortuga, con su caparazón
acorazado, era un refugio ambulante. Cada paso que daba era una danza con la
eternidad, un recordatorio de que la vida es un viaje sin prisa. Contaba
historias a las piedras y a las raíces, historias de un tiempo en que el mundo
era joven y los dioses jugaban a crear montañas y ríos.
El Armadillo, por su parte, era
un guerrero de la tierra. Su armadura no era solo su hogar, sino su escudo
contra el mundo. Corría entre los matorrales, se escabullía de los
depredadores, y en la noche, bajo la luz de la luna, se detenía a contemplar el
cielo, preguntándose qué había más allá de las estrellas.
Un día, mientras el sol se
escondía tras el horizonte y el cielo se teñía de anaranjado, se encontraron.
La Tortuga, con su paso lento y firme, levantó la cabeza y vio al Armadillo.
Él, con su mirada curiosa y vivaz, se acercó con cautela.
—¿Quién eres? —preguntó el
Armadillo, desconfiado pero intrigado.
—Soy la Tortuga —respondió ella—.
Llevo mi hogar en mi espalda y mis historias en el corazón. ¿Y tú?
—Soy el Armadillo. Mi armadura me
protege del mundo, pero mi corazón siempre busca aventuras.
Se quedaron en silencio,
contemplándose. En ese instante, comprendieron algo profundo: aunque sus
armaduras eran diferentes, ambas eran necesarias. La Tortuga ofrecía la
sabiduría del tiempo y la calma, mientras que el Armadillo traía la valentía y
el movimiento.
Decidieron caminar juntos, al
menos por un tiempo. La Tortuga le enseñó al Armadillo la paciencia, el arte de
escuchar el susurro del viento y el murmullo del agua. El Armadillo le mostró a
la Tortuga los secretos de la tierra, cómo encontrar alimento y cómo protegerse
de los peligros.
Con el paso de los días, sus
diferencias se convirtieron en fortalezas. La Tortuga encontró en el Armadillo
una chispa de vida que avivó sus viejas historias, y el Armadillo halló en la
Tortuga un ancla que le permitió descubrir la belleza y el placer de la
lentitud del tiempo.
Y así, el Armadillo y la Tortuga,
dos seres de mundos distintos, caminaron juntos bajo el mismo cielo,
recordándonos que en la diversidad de nuestras armaduras se encuentra la riqueza
de la vida.
Jorge Alberto Narváez Ceballos.
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