lunes, 19 de agosto de 2024

EL CARRO LOCO

El carro loco

 

Eran las 11.45 de la mañana en Cali, el sol pega directo en los cuerpos y el eco de los pasos se pierde entre las paredes, a pesar de estar solos hablan despacio, son murmullos de un comando de del M-19 que espera. La ciudad respira en un silencio tenso, como si supiera lo que está a punto de suceder. El viento arrastra hojas secas, que bailan con la misma cautela que los hombres que aguardan, ocultos tras los muros de una casa abandonada que algún día fue una fábrica.

 

Ellos no llevan máscaras, porque no temen que el miedo les dibuje el rostro. Sus ojos, sin embargo, están llenos de determinación, como aquellos que han jurado cambiar el mundo, aunque el mundo les sea adverso. Sus armas, herramientas de la esperanza, brillan con un resplandor que podría confundirse con el de un nuevo amanecer, si no fuera porque es la violencia lo que hoy se encuentra en sus manos.

 

El carro de valores aparece a lo lejos, rompiendo la quietud del asfalto. Avanza con la torpeza de quien no sabe que va directo al encuentro con la historia. En su interior, los guardias conversan, quizás sobre la última cena, o tal vez sobre la próxima fiesta. Sus vidas, sin saberlo, están a punto de ser escritas en la crónica de lo inevitable.

 

Los muchachos, ninguno tiene más de 30 años, salen de las sombras, como fantasmas que toman forma en la penumbra. El carro se detiene, confundido entre el ruido de los motores y la presencia de aquellos que no deberían estar allí. La orden es clara, precisa, como una sentencia ya dictada: “¡Abajo del vehículo!”

 

Los guardias, aturdidos, obedecen. No hay lugar para el heroísmo en esta escena, sólo para la verdad que se revela en el silencio del metal contra el metal. Los guerrilleros toman el dinero, pero no es oro lo que buscan, sino justicia. Saben que el valor de esos billetes es efímero, pero en sus manos, representan la esperanza de los que nada tienen.

 

El carro de valores queda vacío, una carcasa inútil que alguna vez fue el símbolo del poder. Los muchachos se desvanecen en la misma forma en que llegaron, dejando atrás una ciudad que respira de nuevo, aunque con un aire distinto. Han sembrado una semilla en la conciencia de un pueblo que despierta, y en la historia de la lucha, su gesto se convertirá en una leyenda susurrada en las calles.

 

El día sigue su curso, indiferente a lo que ha ocurrido. Pero en algún rincón, alguien recuerda. Alguien entiende que, en esa tarde, más que un robo, ocurrió un acto de resistencia, una chispa que avivó el fuego de un pueblo que no quiere seguir ardiendo en la miseria. Y así, en las páginas no escritas del tiempo, el comando sigue caminando, con la mirada fija en un horizonte que, algún día, será de todos. El día siguiente en la parte rural de Florida reparten el dinero en tres tulas que al hombro de los combatientes llegan hasta la comandancia del Batallón América.

“¡Paso de vencedores!”

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



2 comentarios:

  1. Plata es plata, dijo el filósofo del Valle de Aburrá. Él problema no es el dinero, sino su destino.

    ResponderBorrar
  2. Así es, el problema siempre ha sido el destino, no solo de la plata, sino de cada cosa que hagamos

    ResponderBorrar