sábado, 31 de agosto de 2024

ASFALTO MULTICOLOR

Asfalto multicolor

 

Este día mi amor, aquí en la calle

escribo tu nombre con tiza de colores, 

cada letra un suspiro, 

cada trazo un latido. 

 

Dibujo corazones con trozos de carbón,

rellenos de rojo

y en el centro, tu sonrisa, 

como un sol que ilumina 

mis días y mis sueños. 

 

Borro y vuelvo a pintar, 

porque el amor, como la tiza, 

a veces se desvanece, 

pero siempre queda en el alma. 

 

Aquí, en esta calle, 

te hago poemas invisibles, 

que sólo tú puedes leer 

cuando cierras los ojos y sueñas. 

 

Pintamos juntos un mundo, 

con arcoíris y estrellas fugaces, 

donde la tiza nunca se gasta 

y las palabras se hacen eternas. 

 

Y al final del día, 

cuando cae la tarde, 

me llevo en la memoria 

estos dibujos de amor, 

donde nuestras historias 

se pintaron con el corazón.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

ME GUSTAN TUS OJOS

Me gustan tus ojos

 

Me gustan tus ojos,

dos estrellas que titilan en mi cielo.

Ellos guardan historias,

canciones de viento y lluvia,

susurros de la luna en noches silenciosas.

 

Pero más me gusta lo que dicen,

ese lenguaje sin palabras

que entiende mi corazón.

 

Tus ojos hablan de abrazos largos,

de caminos compartidos bajo la lluvia,

de risas que nacen sin motivo.

 

Ellos me cuentan de tus sueños,

de los que teje tu alma

cuando el mundo duerme.

 

Me gustan tus ojos,

pero más me gusta lo que dicen,

cuando con una mirada

me llevas a descubrir universos

donde sólo habitan los que se aman.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



SONATA

Sonata

 

Sólo la música se asemeja a tu risa, 

que como un río escondido 

entre los pliegues del bosque, 

se desliza silenciosa y luego estalla, 

rompiendo la quietud con su furia de agua. 

Tu risa, torrente que se abisma en cascadas, 

lleva consigo el canto de las aves, 

el murmullo del viento entre las hojas, 

el eco de la vida misma 

que se despliega en su curso.

 

Es una risa sin límites, 

que atraviesa la noche y sus sombras, 

que desgarra el velo del silencio, 

abriendo paso a la luz, 

a la claridad que despunta en el alba. 

Es el rumor de las montañas, 

la voz de la tierra que se despierta, 

el grito de la aurora que desata 

el caudal de un nuevo día, 

el fulgor que todo lo ilumina.

 

Y cuando ríes,

todo el universo se condensa en ese instante, 

en el latido único de tu ser, 

en la chispa que enciende el crepúsculo, 

que prende el horizonte en llamas doradas.

Tu risa es el alma de mi día, 

el pulso del tiempo que se despliega, 

la melodía que inunda mis campos, 

el reflejo de una eternidad 

que se anuncia en cada destello de tu sonata. 


Jorge Alberto Narváez Ceballos

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba


viernes, 30 de agosto de 2024

AMANECER

Amanecer

 

Las palabras despiertan con la tibia luz 

que la montaña guarda, se tiñen de rocío 

en la sombra temprana donde las hojas murmuran 

al sol que apenas nace, un deseo de ser bruma.

 

La mañana se despliega como un susurro de hojas 

en el borde del bosque, y la vida, aún dormida, 

asoma su rostro vivo ante el prodigio cotidiano 

de ser penumbra y fulgor, de ser canto y eco 

en las manos del viento.

 

Y en el resplandor naciente, el río canta su paso,

llevando en su corriente los sueños de la noche.

El tiempo, como un ciervo, cruza el claro,

dejando tras de sí un rastro de luz

que la tierra absorbe, callada, en su ser profundo.

 

El día se viste de esperanza, y el silencio,

tan antiguo como el bosque,

se funde con el primer aliento de la aurora.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba


 

CARTAS DE AMOR 36

CARTAS DE AMOR 36


Señora bonita,

 

No importa que las voces se apaguen en la distancia y que el mundo entero dé media vuelta, dejando a la soledad de esta senda desnuda, no importa que el horizonte se derrumbe y que las sombras se estiren como profecías que no fallan. Me juego la vida porque en la derrota, esa que parece segura, habita una victoria clandestina. Eso que para muchos es caminar hacia un abismo sin fondo, es comprender que en la caída vive el vuelo. Entonces entiendes que en el acto de darlo todo sin esperar nada se alcanza la plenitud de los vencedores; pero eso la muchedumbre nunca lo podrá comprender.

 

Qué importa que el viento sople de frente, que el destino ya haya dictado su veredicto. Existe una fuerza que supera la lógica, una verdad más honda que las certezas, y es esa verdad la que me empuja, la que me arrastra sin piedad, sin mirar atrás, sin calcular el precio. Jugarse la vida por una causa perdida es inscribirse en la memoria de los que no se rinden, de los que no aceptan lo que es porque creen en lo que debería ser es el verdadero camino. Es perderse para encontrarse, morir para vivir de verdad, y en ese acto de entrega, descubrir que la derrota no es más que una victoria disfrazada, una que solo aquellos que han amado hasta el fin pueden entender.

Es así como esta llama se enciende con más furia que todas las luces que el éxito pueda encender. Jugarse la vida por una causa perdida es abrazar lo imposible, desafiar al sentido común con un corazón que late por lo invisible, por lo que no se toca, pero arde marcando el camino, para uno y para todos. Entonces es como si el universo contuviera el aliento en un suspiro profundo y en un momento todo cobra sentido, las palabras sobran, las miradas llenan los vacíos y estar vivos es la plenitud incomparable.

 

Un salto al vacío muchas veces nos da la razón de vivir, de amar y de luchar de principio a fin. Usted es mi salto al vacío, mi amor sin medida y mi locura por la vida.

 

Con mi amor en carne viva.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba


 

PARA SIEMPRE

Para siempre

 

Jugarse la vida por amor es el único pacto que no conoce la muerte. Es apostar cada latido, cada respiro, en un baile frenético con el destino, donde las sombras y la luz se entrelazan en una danza sin fin. No se trata de sobrevivir, de contar los días que se suceden como páginas de un calendario olvidado. Es sentir en cada poro la chispa de lo eterno, el susurro de lo inmortal, que nace en el momento en que decidimos entregarnos sin reservas.

 

El amor verdadero no se mide en años ni en promesas. Se mide en la intensidad con la que nos arrojamos al abismo, confiando en que las alas del sentimiento nos sostendrán. Vivir por amor es quemarse en una hoguera que no se apaga, es ser ceniza y al mismo tiempo, ser fénix. Es la única manera de desafiar al tiempo, de reír en la cara de lo efímero, sabiendo que en ese salto, en ese acto de fe, nos convertimos en algo más grande que nosotros mismos.

 

Porque amar con todo el ser es trazar un camino hacia la eternidad, es dejar una huella indeleble en el alma del otro, un rastro que ni el olvido puede borrar. Vivir para siempre no es cuestión de permanecer, sino de vibrar en la memoria de quien nos ha amado, de resonar en los rincones más ocultos de su ser. Es ser la melodía que nunca se apaga, el eco que perdura más allá de la última nota.

 

Jugarse la vida por amor es el secreto de la inmortalidad. Es comprender que, en ese acto de entrega total, nos liberamos del miedo, de la soledad, del vacío. Es en el amor, en ese riesgo sublime, donde encontramos la verdadera vida, una vida que no termina con el último aliento, sino que se despliega en la eternidad de los corazones que tocamos para siempre.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba 


CARTAS DE AMOR 35

CARTAS DE AMOR 35

Señor bonita,

 

El sol cae sobre la ciudad, una luz dorada que baña las calles vacías de su risa. Es un fin de semana de cielos claros, donde el azul se extiende infinito, pero sin usted, el día se convierte en un lienzo incompleto, un paisaje que carece de su esencia. La calidez del sol no basta para llenar el vacío que deja a su paso, su ausencia; sus rayos, aunque intensos, no logran atravesar la sombra que ha dejado en mí.

 

Camino por las calles donde antes solíamos perdernos en conversaciones interminables, pero hoy el silencio es el único compañero que me sigue. El viento, suave y cálido, acaricia mi rostro, pero no es su mano la que siento, y en cada esquina, en cada rincón, encuentra el eco de su ausencia. Es un fin de semana que prometía ser alegre, lleno de vida, pero sin usted, la alegría se disfraza de melancolía, y la vida, de una calma que asfixia.

 

¿Cómo decirle que la extraño? que nada ni nadie, ni el sol que lucha contra el viento, para darme calor, puede con esta soledad. Me muero a poquitos sin usted, sin verla, sin abrazarla, sin ese beso que le debo a su boca, que me provoca desde el primer día que a vi.

 

Déjeme morir en sus brazos, que morir en el abandono de mi suerte, no es justo con la vida.

 

Suyo siempre.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



jueves, 29 de agosto de 2024

EL BAILADOR

El Bailador

 

En los años finales del siglo pasado, en mi ciudad salsera a pesar de la niebla y la devoción, apareció un hombre que rompía con el libreto de los bares y bailaderos de la ciudad. Su nombre era Álvaro, no era negro de piel brillante como la noche, era mestizo como casi todos nosotros pelo crespo, estatura media y una sonrisa tan amplia que parecía querer abarcar el mundo. Llegó desde las tierras heladas del sur, trayendo consigo el culto por la música que muchos conocíamos y era parte de nuestros espacios de vida, la salsa.

 

Alvarito era estudiante de la universidad de Nariño, y cuando se aperaba de tres rones, se lanzaba al ruedo y en la pista se convertía en un gigante. Llevaba en sus caderas el ritmo de la salsa, un ritmo que resonaba con cada paso, con cada giro, con cada movimiento que su cuerpo hacía. La música no provenía de ningún lugar en particular; salía de él, de su ser, de su historia, de su sangre.

 

Nosotros hacíamos la ronda y quienes no sabían del bailador se quedaban atónitos al verlo. La primera vez que lo vi bailando, lo hizo al borde de una mesa en el Ecuajey, donde cantaba su propio son. Allí, un grupo de curiosos se acercó, con los ojos llenos de alegría y asombro. Al principio, solo se atrevían a mirar, pero poco a poco, el magnetismo de Alvarito el bailador los atrajo más cerca. Formaron un círculo alrededor de él, con aplausos tímidos al principio, que luego se convirtieron en vítores y gritos.

 

"¡Ese Alvarito sí que tiene swing!", gritaba la gente mientras lo rodeaban.

 

Alvarito bailaba con los ojos cerrados, como si estuviera en otro mundo, uno donde la salsa era el idioma de los dioses. Sus pies se deslizaban sobre la mesa, dibujando historias invisibles que solo él entendía. Y mientras giraba y se sacudía al ritmo de la música que solo él oía, la gente lo aplaudía, lo vitoreaba, se emocionaba con cada uno de sus pasos, hasta que la madera cedió y con patas y tablón, Alvarito fue a dar al piso. En esos momentos, apagaron la música y se encendieron las luces, pero cómo si nada hubiera pasado Alvarito el bailador continuo su trance tarareando la continuación de la canción. Del fondo del salón emergió la figura de Danielito Bang, el Dueño del negocio, y detrás de él venía Pacho su escudero. Los 16 hombres y mujeres salimos en fila a la calle siguiendo la figura de Alvarito el bailador como los niños de Hamelín tras el flautista.

 

Pasto no era la ciudad fría y distante que muchos creían. Se convertía en una fiesta, en un carnaval donde todos éramos uno, unidos por la magia de un hombre que llevaba la salsa en su alma, un espíritu del baile que había venido a enseñarles a los pastusos que la vida podía ser algo más que solemnidad y rezos. Y la siguiente semana estábamos de nuevo en el Ecuajey con o sin Alvarito, eso sí sin saltar otra vez en las mesas.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

"El renacimiento de Pasto"


CARTAS DE AMOR 34

Cartas de amor 34


Señora bonita,

 

Es en el silencio de la noche, cuando la luna asoma tímida entre las sombras, que mi corazón se desborda en un mar de recuerdos. Cada latido lleva su nombre, cada suspiro su esencia, y me encuentro prisionero de un tiempo que no vuelve, de un instante que se perpetúa en mi alma como un eco sin fin.

 

A veces, me pregunto si estas palabras llegarán a usted como un susurro, si sentirá en lo profundo de su ser el temblor que recorre mi cuerpo al evocarla. Es como si el viento trajera consigo el aroma de los días compartidos, de las miradas que hablaban más que cualquier palabra. Cuánto daría por perderme de nuevo en la dulzura de tus ojos, en ese brillo que iluminaba mis días grises y hacía que todo, incluso el dolor, tuviera sentido.

 

Pero hoy, solo me queda la nostalgia, ese sentimiento que se ha convertido en mi más fiel compañero. La nostalgia de tus abrazos, de tus palabras, de la sencillez con la que transformabas lo cotidiano en algo extraordinario. Vivimos instantes que parecían eternos, pero que ahora se desvanecen entre los dedos como arena fina, dejando tras de sí un vacío que solo tu recuerdo puede llenar.

 

No hay un rincón en mi vida que no te pertenezca. Te llevaste contigo una parte de mí, y en mi pecho solo quedó el latido incansable de lo que fuimos, de lo que nunca dejaremos de ser. Te añoro con una intensidad que a veces me asusta, como si mi ser estuviera destinado a vivir en esta eterna espera, en esta búsqueda de lo irrecuperable.

 

Y sin embargo, en medio de esta marea de añoranza, surge una certeza que me sostiene: el amor que siento por usted, sigue vivo, indestructible, en el rincón más recóndito de mi corazón. Aunque el tiempo y la distancia quieran imponerse, no podrán borrar lo que ha sido escrito con el fuego de mi alma.

 

La extraño, señora hermosa, como se extraña la luz en la penumbra, como se anhela el calor en el frío. Y mientras tanto, seguiré viviendo de este recuerdo, de esta añoranza que me mantiene unido a usted, como la tierra al cielo, como la sombra al cuerpo.

 

Con todo mi ser, 

Suyo, eternamente.

Jorge Alberto Narváez Ceballos



CARTA AL PRESIDENTE GUSTAVO PETRO

Carta al Presidente Gustavo Petro

 

Compañero Presidente:

 

En esta hora en la que la tierra de Nariño y de nuestra Patria Colombia, aún respira el polvo de la guerra, le escribo desde la profundidad de la historia, desde el eco de los pasos que dejamos en los senderos de la resistencia. No es solo la memoria la que se aferra a estos surcos, sino la promesa que hicimos al amanecer de una nueva era, cuando el fuego de la injusticia se topó con la dignidad que llevamos en la piel, en el corazón y en las manos que nunca se rindieron.

 

Fuimos guerreros de la paz, no solo en el monte, sino en el alma. Fuimos los hijos del amor a la vida y de la democracia plena, pero también de la esperanza indomable que crece entre las gentes que creen definitivamente en la nueva Colombia, esa del tamaño de nuestros sueños. Nos alimentamos de fe en medio de la oscuridad, y fue en ese silencio donde aprendimos a escuchar el latido profundo de la patria, ese latido que hoy, bajo su guía, vuelve a resonar con fuerza, llamándonos a construir lo que una vez nos propusimos imaginar.

 

Usted, compañero, ha tomado la estafeta que un día sostuvimos con manos endurecidas y corazón abierto. Ha levantado la bandera de la paz, esa paz que es más que la ausencia de guerra, más que la quietud de las armas. Es la paz que se siembra en los campos de la justicia, que florece en la equidad y se riega con la dignidad de cada ser humano en esta tierra nuestra.

 

Hoy, bajo su liderazgo, el viento sopla en otra dirección, pero el compromiso sigue siendo el mismo. No claudicamos entonces y no lo haremos ahora. La lucha ha cambiado de trinchera, pero no de propósito. Seguimos en pie, no para empuñar las armas, sino para empuñar la vida, la palabra, el futuro que nos espera en cada rostro que anhela un país donde vivir no sea un riesgo, sino un derecho.

 

Presidente, sepa que no está solo. Que quienes un día abrazamos la rebeldía como única opción, hoy abrazamos la construcción de la paz como el único camino. Hemos dejado atrás el fusil, pero no la convicción, ni el compromiso, ni mucho menos la promesa de hacer de Colombia un territorio de justicia social. Hemos aprendido que la verdadera revolución es la que se da en el alma del pueblo, en la transformación de cada injusticia en justicia, de cada herida en sanación.

 

Caminamos con usted, con el mismo orgullo que sentimos al defender lo que considerábamos justo, con el mismo compromiso que nos movió a desafiar lo imposible. Porque hoy sabemos que no fue en vano, que el sueño que una vez pareció utopía está más cerca de hacerse carne, de hacerse historia, de hacerse patria.

 

Desde este rincón de la memoria y del presente, le saludo con la certeza de que, juntos, seguiremos tejiendo la Colombia que siempre hemos soñado, esa Colombia que ahora, por fin, empieza a nacer.

 

Con respeto y fraternidad,

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Un firmante de paz del M-19.



miércoles, 28 de agosto de 2024

SIN TUS BESOS NO SOY NADA

He buscado en tu boca el alivio, la tregua al dolor que deja la ausencia. Esa partida que no avisa, que se va como un ladrón en la noche, y deja una sombra aferrada al pecho, un peso que no se aligera con los días. Allí, en el vacío que dibuja tu forma, creí encontrar las palabras que se me escaparon, las que nunca supe decirte, las que quedaron atrapadas entre los dientes y el miedo.

 

Bajo un cielo que se tiñe de gris, mi voz cae, derrotada, un eco que se pierde en las calles desiertas de esta ciudad que ya no conoce tu risa. Y en el aire frío que me envuelve, flota un suspiro sin dueño, sin rumbo, porque tú no estás, porque tus labios no están, y sin ellos, sin tus besos, el mundo se vuelve ajeno, inhóspito.

 

La vida duele cuando no estás, duele como una herida que no cicatriza, como el mar que golpea la roca, una y otra vez, sin descanso, buscando en cada ola una redención que nunca llega. Y tú, mujer de carne y hueso, de corazón que late y sueños escondidos, no pudiste esperarme. Te fuiste antes de que pudiera alcanzarte, dejándome al borde de un abismo, mirando la sombra de tu partida, esperando el regreso de esa boca que quizás nunca vuelva.

 

Sin tus besos no soy nada.


Jorge Alberto Narváez Ceballos



HASTA TU MAL GENIO

Hasta tu mal genio

 

No sé qué tiene tu enojo, 

esa furia que surge en un suspiro, 

que al desbordarse en tus labios, 

me sacude, me toma por asalto.

 

Hay en tus ojos un fuego 

que arde en la calma de la rutina, 

una chispa que se enciende 

cuando el mundo no sigue tus pasos.

 

Y es entonces, 

en ese instante en que la ternura cede, 

cuando descubro 

que hasta tu mal genio es sensual, 

que la pasión en tus palabras cortantes 

me atrae con la fuerza de lo inevitable.

 

Tu ceño fruncido, 

esa mueca que intenta ocultar 

lo que no dices pero sientes, 

es un espejo en el que veo 

la belleza de lo imperfecto.

 

No te pido que cambies, 

ni que apagues esa llama 

que te hace tan única, tan real. 

Porque en cada gesto airado, 

en cada pequeña tormenta, 

encuentro la dulzura oculta 

de quien ama sin tregua ni descanso.

 

Y es ahí, 

en el filo de tu carácter, 

donde se esconde la magia, 

donde el amor se vuelve incendio 

y el deseo, remolino.

 

Déjame navegar en ese mar agitado, 

que es tu genio, 

donde las olas de tus emociones 

me arrastran sin piedad, 

hacia la certeza 

de que hasta en tu enojo, 

encuentro el más sensual de los refugios.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Tempestad
Darwin Córdoba


EL BARRIO

El Barrio

 

El barrio, aquel trozo de tierra donde las casas tenían alma y los árboles nombres propios, se ha convertido en parte de la selva de cemento. Hace cuarenta años, los niños jugaban en las calles, y las vecinas se saludaban desde las ventanas. Hoy, esas mismas calles son ríos de asfalto por donde navegan autos sin destino, y las ventanas ya no se abren para dejar entrar el aire de la vida, sino para cerrarse al ruido interno, de un mundo que ha olvidado cómo hablar.

 

Las casas, esas que una vez fueron santuarios de historias y recuerdos, se han estirado hacia el cielo en edificios que no conocen el calor de un abrazo. Cada piso es una cápsula, una isla flotante en la que los habitantes son náufragos de sus propias vidas. El parque, antes un refugio de risas y secretos, es ahora un estacionamiento donde los carros reposan en fila, como soldados de un ejército que ya no tiene por qué luchar.

 

El barrio ya no es de nadie. Las puertas que antes se abrían para invitar al vecino a un café, ahora son muros que separan, que dividen. Nadie recuerda el nombre del anciano que cuidaba las flores en la esquina, o de la mujer que vendía empanadas al caer la tarde. El barrio ha perdido su rostro, su olor a pan recién hecho y a tierra mojada, ya no hay niños que busquen dar la lleva o cambiar las figuritas en la desaparecida tienda del vecino.

 

Los recuerdos se desvanecen en el eco de las sirenas, en el zumbido constante de una ciudad que crece sin detenerse, que traga lo que un día fue y lo escupe como un suspiro olvidado. Y en esa bulla, en ese caos ordenado, el barrio se disuelve, como un sueño que al despertar se convierte en nada.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Pasaje Corazón de Jesús Pasto
fotografía Daniel Olarte
Danielita Bang


MI RÍO EN LA MONTAÑA

Mi río en la montaña

 

Eres el río que nace en la cima, 

un susurro de agua clara que me llama, 

saltando entre piedras y sombras, 

buscando su camino, buscando el mar.

 

Tus aguas, espejo del cielo y la tierra, 

llevan en su abrazo mis sueños, 

arrastrando secretos y deseos, 

hasta los valles donde el silencio los guarda.

 

Cada vuelta que das es un enigma, 

una canción suave que el viento escucha, 

y en tu danza sin fin, encuentro, 

mi refugio seguro, la calma.

 

En tu corriente, me dejo llevar, 

sin prisa, sin miedo, solo fluir, 

más allá de las horas, más allá de la duda, 

hacia un rincón de paz que solo tú conoces.

 

Tú, mi río en la montaña, 

eres mi vida, mi descanso, mi canto, 

en tu camino, encuentro mi ser, 

y en tu vastedad, mi solaz sin final.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

 

Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba

martes, 27 de agosto de 2024

TIC-TAC

 Tic-tac

 

Las horas se desvanecen 

pero sigo aquí, 

en este rincón donde el tiempo se suspende, 

donde los pensamientos se entrelazan 

en nudos de recuerdos y deseos.

 

El viento se filtra por la ventana, 

y en la espera, 

me convierto en paisaje, 

en parte de esta quietud que todo lo abarca, 

aguardando, 

sin prisa, 

sin más deseo 

que el sonido de tu voz 

rompiendo el silencio.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Autor: Darwin Córdoba


JUGUEMOS

Juguemos

 

Juguemos a que la luna 

es una cometa, 

tú la sostienes con un hilo invisible, 

y cuando mueves su cola de luz, 

el viento se llena de risas 

y se convierte en nuestro cómplice.

 

Juguemos a que tus ojos 

son dos espejos mágicos, 

que reflejan la noche entera, 

y en ellos, el cielo se enciende, 

como una fogata cálida 

donde danzamos, felices.

 

Juguemos a que el universo 

se esconde un ratico, 

dejando solo la luz de tus ojos, 

y en ese instante, me susurras 

melodías secretas, 

de caricias que flotan en el aire

como pompas de jabón.

 

Juguemos a abrir puertas 

a mundos llenos de encanto, 

donde el amor se refugia en tu pecho, 

y la esperanza se acurruca en mis besos, 

como un cuento que nunca termina, 

en el que siempre somos tú y yo.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

 

Óleo sobre lienzo Autor: Darwin Córdoba

 

SEÑALES SECRETAS

Señales secretas

 

Allí donde el deseo se calla, 

surgen señales, invisibles para otros, 

como susurros del viento entre las hojas, 

que sólo tú y yo comprendemos.

 

Son gestos apenas perceptibles, 

una mirada furtiva, 

una sonrisa que apenas roza los labios, 

y en cada uno de ellos, 

una promesa oculta, 

un lenguaje sin palabras 

que recorre el aire, 

silencioso, profundo.

 

Tú, mi inspiración secreta, 

te deslizas en mi pensamiento 

como la sombra de un sueño que no se desvanece, 

dejando tras de ti un rastro de misterio, 

una estela de memorias por descubrir.

 

Nadie sabe de nosotros, 

de estos símbolos que construimos, 

de los caminos que trazamos en la oscuridad, 

donde la realidad se disfraza de ilusión 

y el tiempo es solo un eco de lo que sentimos.

 

Así te encuentro, 

en cada esquina de mi soledad, 

en cada espacio donde el mundo se silencia 

y solo quedamos tú y yo, 

envueltos en este juego de señales, 

donde la pasión se esconde tras cada gesto, 

esperando el momento de revelarse 

en un destello de verdad, 

en un susurro que rompa el silencio.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Autor: Darwin Córdoba


 

lunes, 26 de agosto de 2024

EL SECRETO DE LAS ESTRELLAS

El secreto de las estrellas

 

Anoche, cuando todos dormían, 

me escapé al jardín a hablar con las estrellas. 

Ellas me contaron un secreto, 

uno tan grande que no cabía en mi corazón. 

 

Dijeron que cada vez que sonríes, 

una estrella nueva nace en el cielo, 

y que las nubes bailan al ritmo 

de tu risa, como si fuera música. 

 

Me dijeron que el viento susurra tu nombre 

en todos los idiomas que conoce, 

y que la luna, celosa, te observa desde lejos, 

esperando que la mires una vez más. 

 

Entonces, les pedí que me guardaran un rincón 

en su galaxia de sueños, 

para que, cuando llegue la noche, 

pueda volar hasta allí y encontrarte, 

perdido entre constelaciones, 

jugando a esconderte entre las sombras de la Vía Láctea. 

 

Y así, cuando me despida del sol cada día, 

sabré que en algún lugar, en el rincón más brillante del cielo, 

estarás tú, esperando que llegue la oscuridad 

para brillar juntos, como dos estrellas que nunca se apagan.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba