martes, 8 de octubre de 2024

MONTAÑA ADENTRO

Montaña adentro

 

En mi alma, la tristeza agita sus alas, como un cielo gris que pesa sobre la tierra. Contemplando la montaña, donde el viento acaricia los picos, mi corazón se siente marchito, como una flor que se deshoja al caer la tarde. Los árboles, testigos mudos, murmuran suspiros de amores que se perdieron en el tiempo, y en cada sombra, un sueño se oculta, una ilusión que se desliza, como el rocío que se evapora al amanecer.

 

El viento, suave y melancólico, susurra entre las hojas tu nombre, y su canto se torna lamento, una canción de soledad que reverbera en mi ser, profundo como un eco de tiempos lejanos. En el bosque, los senderos se bifurcan, cargados de historias olvidadas; cada paso que doy deja una huella en el polvo de mis recuerdos, como un susurro que se lleva el aire.

 

Los ríos, serpientes de plata, arrastran fragmentos de tu esencia, mientras el sol se oculta detrás de los picos afilados, dejando caer un manto de sombras que me envuelven. En esta soledad de verdes y grises, hallo la esencia de lo perdido, el latido de un mundo que avanza, indiferente a mis lágrimas, un mundo donde tú no estás.

 

Así, en la montaña, donde el silencio se adorna de misterio, descubro que la tristeza es, a su manera, una forma de amor; un abrazo de la naturaleza que me envuelve y me impulsa a buscarte hoy más que nunca, como si el eco de tu voz aún resonara en los susurros del viento.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

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