lunes, 7 de octubre de 2024

LA MONTAÑA Y EL SUSURRO

La montaña y el susurro

 

Cada vez que uno pisa las montañas de Nariño, recibe mucho más de lo que las manos pueden sostener, y algo más profundo que el eco del mundo se abre en el pecho. La niebla, como un antiguo velo de seda, envuelve los cerros, y el viento, viejo narrador de historias, lleva consigo el eco de lo que fue y será. La paz, esa quietud tan honda, se extiende como un paño tibio sobre el cuerpo. Los árboles, en su quietud, son centinelas de la memoria, y los ríos murmuran una canción que parece venir de los tiempos más remotos, el susurro del cielo hecho brisa, que como una caricia, despierta el alma dormida.

 

El alma, que llega cansada y deshecha por el polvo de los caminos, se agranda y se contrae entre las sombras de las ramas, entre las raíces que abrazan la tierra húmeda. De pronto, sin saber cómo, descubre que ahí, entre el musgo y las hojas secas, está su refugio, el lugar que la llama. Un hogar que no se ve con los ojos, pero que vibra en lo más hondo de la piel. Bajo el canto de la vida que brota, en el canto pequeño de la hierba, en el vuelo silencioso de los pájaros, se recuerda que la guerra es solo una sombra pasajera. Allí, al menos por un instante, las heridas son cerradas, la muerte es apenas un eco lejano, y la esperanza danza con nosotros en el aire fino y libre.

 

Porque en la montaña, donde los sueños duermen y despiertan, uno aprende a escuchar la vida como si nunca hubiera existido el odio.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

https://www.facebook.com/fabiomartinezfotografo 


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