El poder de la palabra
La palabra es un árbol gigante
que murmura en el corazón de la montaña. Sus raíces, hundidas en los misterios
del suelo, despiertan a los que duermen, y de sus ramas cuelgan nombres que
alguna vez fueron aire y canción. La palabra es madre de todas las cosas, sin
dueño y sin ataduras; llega suave, como un susurro que se posa en la boca, teje
puentes invisibles sobre abismos donde los pies aún temen andar.
Es un eco de viejas tormentas, la
voz que llama desde las sombras, el rastro de quienes ya no están. Va como el
agua entre las piedras, siguiendo el curso secreto de cada alma, dibujando
senderos en tierras extrañas, haciéndolas suyas. Y en el centro de cada pecho,
planta su semilla, una promesa que el viento acuna.
La palabra es camino y aire; se
derrama en todo lo que fue y será, y nos guarda de la deriva en la vastedad de
los días desiertos. En su hálito somos más que sombras errantes, y en su abrazo
hallamos abrigo, un hogar del que nadie puede arrancarnos, donde el silencio
cede, por fin, a la vida.
Y en esa hondura donde mora la
palabra, laten los nombres de los que faltan, sus rostros tejidos en la niebla
de cada amanecer. Allí, en el eco de las raíces, nunca mueren; allí sus voces
son hojas, su memoria es la savia que aún florece en el árbol del mundo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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