Mis recuerdos son un film en
cámara lenta al pie del volcán, la película interminable que proyecta imágenes
en calles vacías, abismos de tiempo que no se llenan, como si el mundo hubiera
decidido ponerle pausa al existir desde que te fuiste. El volcán sigue ahí,
grandioso y mudo, como un espectador fiel que no interviene, dormido, pero
siempre listo. Entre él y el cielo, solo las nubes, distantes, frías, igual que
tú.
Y entonces, pum, los recuerdos
revientan como una tormenta que no truena, pero pesa. Van llegando, como nubes
cargadas, pero no son agua, son imágenes, son risas, son gritos y abrazos que
nunca más serán carne. Intento correr, escaparme, como se corre de las malas
decisiones, pero son más rápidos. Me arrastran, me aplastan, y las voces que
traen son más duras que el viento, ese viento que arrastra hojas por las
calles, esas mismas calles donde nunca más caminarás.
Te veo ahí, en un flashback que
no se disuelve: tu risa, esa risa que en su día me encendió como una chispa de
pólvora. Tu pelo, largo, negro, enredándose en mis manos como si fuera un himno
de lucha. Tu voz, cantándome canciones de revolución, de un mundo que creíamos
posible. Dúo Guardabarranco, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa y luego
Suigeneris, todos resonando mientras tus labios y los míos hacían coro,
haciendo de la vida una sinfonía improvisada, la gota de roció.
Mis manos... antes las moldeabas,
me dabas vida con una caricia, y ahora, ¿qué? Ahora están frías, duras, como si
hubieran perdido el calor para siempre. Mis dedos buscan ese algo que se fue,
esa sensación de estar vivo. Pero no, todo es frío, como una piedra bajo la
lluvia. Me envuelve, se clava en mí, y aunque el volcán sigue ahí, hirviendo
por dentro, ni eso me calienta.
Y los días... los días pasan, los
veo como desde una pantalla. No los vivo, no, solo los dejo correr. Atrapado
entre la película que nunca acaba y el vacío donde ya no estás.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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