Me he sentado a negociar con el viento,
a discutir los términos de la distancia,
y he llegado a este pacto absurdo,
donde lo mío, irrevocable,
es la memoria.
Mi parte de este acuerdo
es no olvidarte,
guardar tus pasos en la arena,
los rastros que dejó tu risa
en las paredes de cada tarde.
Me corresponde entonces
recordarte en cada esquina,
en cada árbol desnudo,
y dejar que el silencio entre en mí
como el eco de tu nombre.
Prometo ser fiel a las sombras,
a los rumores que dejaron tus manos
en mis noches,
aunque el tiempo me arranque las horas
y la lluvia borre todos los caminos.
Yo cumplo, sin más,
mi parte del acuerdo
es inclaudicable.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Óleo sobre lienzo
Darwin Córdoba
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