lunes, 14 de octubre de 2024

CARTAS DE AMOR 41

Señora hermosa,

 

La he sentido en la penumbra de este valle de sombras y silencios, donde cada rincón se vacía de luz, como un bosque al caer la niebla. No está, y la ciudad parece ahora un suspiro que muere despacio. ¿Qué es el amor si no es verla, como se ve un río en la distancia, fluyendo siempre hacia dentro, hacia el alma? Aquí quedo, en esta certeza de sombras: aprender a vivir sin el brillo de sus ojos, sin las huellas que deja en cada rincón de mi espíritu.

 

Usted se ha ido metiendo en mi ser como las historias antiguas, aquellas que contaba mi abuela, de fantasmas que cruzaban las casas con paso leve, dejando apenas el eco de sus pasos en la madera. Se convierte en el hilo de la memoria, en el roce suave que no pide permiso, y en el silencio que queda después, cuando el día amanece solo y el aire está lleno de su ausencia.

 

Mis sueños ahora la guardan como a un secreto, como si fuera esa gata de seda y armiño que recorre mis noches en un susurro, un ángel hecho de gracia que jamás se pierde en el tiempo. Usted se desvanece, en un destello, cuando abro los ojos, y me deja con la última imagen de sí, suspendida en la penumbra de una madrugada que se alarga.

 

Deja en mí, amor mío, esta historia que se guarda en el silencio, un eco de aquello que fue, de lo que sigue siendo y de lo que aún me acompaña en la sombra.

 

Con el eco de sus pasos,

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



 

 

  

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