domingo, 27 de octubre de 2024

LOS VOLCANES QUE ME CUIDAN


A falta de uno, tengo dos volcanes: el Chiles y el Cumbal. Los veo cada mañana desde la ventana de mi cuarto, vigilantes y altivos, sus picos cubiertos de niebla, como si el cielo los acariciara en silencio y conversara susurrando en sus oídos.


Mi abuelo siempre decía que los volcanes son el corazón de la tierra. Cuando era niño, me llevaba a sentarnos a sus faldas, y me contaba que, en sus entrañas, dormían espíritus antiguos. “Cuando uno ama con fuerza”, decía, “el corazón se convierte en volcán y arde sin quemar, como el Chiles y el Cumbal”.


Así crecí, aprendiendo a escuchar a los volcanes. En las noches claras, me parece oír sus palabras, sin prisa, que el viento arrastra hasta mi cuarto. Hablan en un idioma de fuego y piedra, y dicen cosas que no se pueden olvidar.


A veces, cuando el día se pone frío y gris, yo les cuento mis secretos. Les hablo de mis sueños, de mis miedos, les cuento de ti, cuando me sonríes y que siempre te veo pasar con tu falda de colores, tu ruana de lana cruda y esas trenzas que me hacen soñar. Ellos escuchan, callados, como si entendieran. Y en esos momentos, siento que mi corazón también guarda algo ardiente, como si estuviera hecho de lava.


Un día, me atreví a preguntarle al abuelo por qué los volcanes no explotan siempre, si tienen tanto guardado. Él sonrió y me dijo: “Es que, mi guagua querido, también ellos saben esperar”.


Desde entonces, guardo el fuego aquí dentro, igual que el Chiles y el Cumbal, porque algún día aprenderé a liberar mi propio volcán, en una sola llamarada, para iluminar tu mundo.


Jorge Alberto Narváez Ceballos



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