La Fuerza del Pueblo
Ser parte del poder popular es
sentir que la vida, por fin, pertenece a la tierra que pisamos. Es caminar
entre los rostros anónimos que son como el espejo donde reconozco mi propia
piel, mi historia. La alegría no es una celebración vacía, es una fuerza que
nace de sabernos juntos, de ser muchos y ser uno. Porque en este tejido de
manos y voces, donde antes hubo silencio y miedo, crece la voluntad de no ser
más invisibles.
La libertad que sentimos no es
una bandera ondeando en el aire, ni una promesa en bocas que jamás sabrían
cumplirla. Es la certeza de que nuestras huellas no serán borradas, que
nuestras voces han sembrado semillas que otros antes soñaron pero no vieron
florecer. Aquí estamos, presentes. Y esa alegría tiene un peso que no aplasta, sino
que eleva, porque nace del mismo suelo que otros trabajaron y defendieron.
Es una alegría que arde como el
fuego en el pecho, pero no para consumirnos, sino para empujar el día con más
fuerza. No somos héroes, no queremos serlos. Somos el latido que atraviesa las
calles, los campos, los ríos. Somos lo que resiste, lo que construye. Y en cada
paso, en cada palabra compartida, la certeza de que el poder ya no es un
fantasma en manos ajenas, sino el fuego de ser y existir en este ahora, donde
el pueblo es su propio dueño, su propio futuro.
Ser parte del poder popular es
comprender, con la alegría intacta, que la historia nos pertenece, no porque
nos la regalaron, sino porque la tomamos con las manos abiertas, con las manos
juntas.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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