El eco del viento
El viento sopla con la misma
furia con que el tiempo nos arrebata de los brazos de la inocencia. Lo veo
correr entre los árboles, lo siento en el rostro, como si sus manos invisibles
quisieran borrar las huellas que dejamos en la hierba, como si quisiera
llevarme hacia el olvido. Pero resisto, aunque el cuerpo se quiebre, aunque la
tierra y las hojas secas levanten un polvo que cubra mi mirada. En cada brizna
suspendida, en cada soplo que cruza mi pecho, resuena una canción; fragmentos dispersos
de un sueño tejido por el silencio, que en esta altura no se desvanece,
torbellino disperso que me obliga a cerrar los ojos y aguantar la respiración.
La vida es como una ventana
abierta al paisaje lejano, que no podemos cerrar, aunque el viento frío nos
susurre historias antiguas que nunca se han ido. Y seguimos caminando, siempre,
bajo el cielo gris, con la certeza de que algo persiste, incluso en las
profundidades más oscuras de nuestro ser. Vivir es como andar a tientas entre
los ecos de una tormenta, una mano alzada en la vastedad, esperando que el
viento traiga de vuelta un susurro, un destello. Algo que justifique el latido
de cada silencio, las cicatrices que el tiempo dejó impresas en nuestra piel. Algo
que justifique cada respiro, cada herida que no logramos olvidar.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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