Señora Bonita,
Escribirle hoy es como intentar
capturar la luz de un amanecer en una jarra de cristal, como deshacerme en
palabras mientras la tristeza se arrastra en la espera de su presencia. La
ausencia de su figura es un vacío que duele, un eco en la vastedad de un
desierto sin sombra, donde la piel anhela la caricia que el tiempo ha negado.
No hay consuelo en la distancia,
solo la ardiente súplica de un deseo que no se apaga, de unos brazos que
anhelan reencontrarse en el abrazo que se ha vuelto un sueño inalcanzable. Su
piel, el mapa de mi nostalgia, es el lienzo donde se dibujan las sombras de una
ausencia inmensa. Cada caricia que me ha dado es ahora un recuerdo que quema,
una herida dulce que suplica su regreso.
El deseo de volver a abrazarla es
un fuego indomable, un anhelo irrefrenable que consume los días y se desliza en
las noches como un susurro desesperado. Cada momento sin usted es un fragmento
de eternidad que se desliza lentamente, arrastrando con él la esperanza de su
regreso, la promesa de volver a sentir su cercanía, de volver a ser tocado por
la magia de su ser.
Le escribo con el corazón
abierto, desnudado por la ausencia, esperando que estas palabras sean el puente
que una la distancia, que sea el hilo dorado que nos devuelva el abrazo que
tanto añoro. En cada letra, en cada espacio, se encuentra el deseo
inquebrantable de tenerla cerca, de sentir nuevamente el calor de su piel, de
ser tocado por la luz que sólo usted puede ofrecer.
Con todo mi amor,
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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