Agrodescendientes
La ciudad se levanta entre susurros de asfalto,
una maraña de calles que no entiende de raíces,
pero en sus corazones late la memoria de la tierra,
una canción antigua que el viento no ha podido borrar.
Los hijos de la tierra caminan entre luces y sombras,
sus pasos resuenan sobre el concreto,
pero en el eco de sus pisadas se escucha el susurro
de los campos verdes que una vez fueron su hogar.
El olor de la tierra mojada aún vive en sus recuerdos,
las manos que sembraron vida en la quietud del
amanecer,
ahora acarician el frío de una ciudad que no entiende
de cosechas ni de estaciones que pasan sin retorno.
Son Agrodescendientes, con la tierra en la sangre,
llevan el campo en la piel, aunque ahora caminen
bajo cielos de metal y luces artificiales,
siempre con la esperanza de volver a sentir
el abrazo cálido de la naturaleza en sus almas.
Y en cada rincón de la ciudad, guardan un pedazo
de ese pasado que nunca se desvanece,
como semillas que esperan el momento
de florecer de nuevo en su tierra natal.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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