José Carlos Mariátegui fue uno de
los pensadores más originales y revolucionarios de América Latina. Desde el
Perú, en las primeras décadas del siglo XX, este periodista, ensayista y
socialista se atrevió a mirar la realidad con los ojos del pueblo y no con los
lentes importados de Europa. Mariátegui no solo criticó las injusticias que
vivían los trabajadores y los indígenas, sino que propuso caminos para
construir una sociedad más justa, partiendo de la historia, la cultura y las
luchas propias de América Latina. Hoy, casi cien años después, sus ideas siguen
vivas y son una herramienta fundamental para entender y transformar el mundo en
que vivimos.
I. La democracia no es para unos
pocos
Para José Carlos Mariátegui, la
democracia que nos vendieron en América Latina era puro cuento. Una máscara
bonita que esconde la realidad: que los mismos de siempre sigan mandando.
Para Mariátegui, la democracia no
era firmar papeles ni votar cada cuatro años. La verdadera democracia es la que
nace del pueblo que se organiza, que se levanta y que se atreve a cambiar las
cosas. No es un regalo que baja desde arriba. Es un derecho que se conquista
luchando, codo a codo, en la calle, en la plaza, en el sindicato, en la tierra.
En su libro “Siete ensayos sobre
la realidad peruana”, Mariátegui le sacó la careta a ese sistema que heredamos
de los tiempos de la colonia. Decía que esa democracia era una mentira en un
país donde los indígenas, los pobres, los campesinos, vivían como si no
existieran. Por eso, Mariátegui no quería una democracia pintada de palabras,
sino una democracia verdadera: donde el pueblo sea el dueño, donde la tierra
sea de quien la trabaja, donde los que siempre estuvieron abajo puedan
levantarse.
II. La democracia verdadera nace
desde abajo
Mariátegui decía que la
democracia verdadera no es agrandar las jaulas donde nos tienen encerrados. Es
romperlas. Es construir otras formas de mandar y obedecer, donde el patrón ya
no decida por todos. Es cambiar el juego, no solo las reglas.
La democracia radical es esa
donde la gente del barrio, del campo, de la fábrica, del sindicato, del
movimiento indígena o feminista, se junta, se organiza y toma las riendas. No
es esperar que los de arriba hagan algo. Es hacer. Es hablar y decidir entre
todos, sin jefes, sin amos. Es la política nacida en la calle y no en los
palacios.
En esa democracia radical, la
gente no es espectadora. Es protagonista. No aplaude desde la grada. Salta a la
cancha.
III. Organizarse para no seguir
obedeciendo
Mariátegui sabía que sin
organización no hay pelea que valga. Las organizaciones de base —las que nacen
en el barrio, en la vereda, en la parcela— son la raíz de la democracia
verdadera. Es ahí donde el pueblo aprende a hablar, a reclamar, a no tener
miedo.
Las organizaciones populares no
son oficinas. Son los comités de vecinos, los grupos de mujeres, los
sindicatos, los colectivos de jóvenes, las asambleas campesinas. Son esas
reuniones donde la gente común decide qué hacer con su vida, con su trabajo,
con su tierra. Ahí nadie manda desde arriba. Ahí todos deciden juntos.
Mariátegui no copiaba recetas de
Europa. Él decía que la revolución debía tener sabor a nuestra tierra, color de
nuestros pueblos, olor a campo mojado. Decía que había que construir un
socialismo nuestro, con nuestras manos, con nuestras historias, con nuestras
luchas.
IV. La lucha, la única forma de
conquistar la democracia
La democracia de verdad no cae
del cielo. Se arranca luchando. Mariátegui creía en la lucha directa: en las
huelgas, en las tomas, en las marchas, en las manos que siembran y también en
las que levantan la voz.
En la lucha, el pueblo no solo
pelea: también aprende. Aprende que las injusticias no son naturales. Aprende a
organizarse. Aprende a soñar con otra vida.
Para Mariátegui, la lucha no era
solo pelear por pelear. Era el camino para cambiar las cosas de raíz. Para
cambiar quién manda y quién obedece. Para que la tierra no tenga dueño, para
que el trabajo no sea esclavitud.
El movimiento obrero, los
sindicatos, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los jóvenes: todos son
parte de esta pelea. Porque Mariátegui no hablaba de una revolución de unos
pocos. Hablaba de una revolución de todos.
V. Mariátegui sigue vivo
Hoy, casi cien años después, las
palabras de Mariátegui siguen caminando por América Latina.
En un mundo donde las democracias
son cada vez más un show para que los poderosos sigan mandando, la democracia
radical es más necesaria que nunca. Hoy seguimos viendo cómo las grandes
empresas mandan más que los presidentes. Cómo la policía golpea a quien
protesta. Cómo los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más
pobres.
Los movimientos sociales de hoy
—las mujeres que luchan, los pueblos que defienden la tierra, los jóvenes que
gritan en las calles, los indígenas que protegen la selva— están, sin saberlo,
caminando junto a Mariátegui.
Los gobiernos populares que
intentaron cambiar las cosas nos enseñaron que sin organización desde abajo,
todo lo que se gana se puede perder de un día para otro.
Mariátegui nos dejó claro: la
democracia verdadera no se espera. Se construye, se pelea, se arranca, se
defiende.
No es cosa de los de arriba - sin
importar si son los patrones o los dirigentes -. Es cosa de todos.
Jorge Alberto Narváez Ceballos