No quise guardarte.
Ni encerrarte en mis gestos.
Ni hacer de ti
una pertenencia
que se empolva en la costumbre.
Te amé como se ama la lluvia:
dejando que toque,
que moje,
que pase.
Hubo noches
en las que fuiste todo:
mi boca llena,
mi espalda tibia,
mi centro encendido.
Y aun así,
no te pedí que te quedaras
para siempre.
Esa es la diferencia.
Amar no es coleccionar caricias.
Ni contar los besos
como si fueran trofeos.
Es saber
cuándo abrir los brazos
y cuándo abrir la puerta.
Te tuve
como se tiene el fuego:
cerca,
con cuidado,
sabiendo que no es suyo
quien lo retiene,
sino quien lo entiende.
Y sí,
a veces duele el espacio
que dejaste en mi cama.
Pero no cambiaría tu paso
por tu encierro.
Ni tu libertad
por mi egoísmo.
Porque amar - de verdad -
es eso:
tocarte sin marcarte,
quedarse sin atarte,
arder sin poseer.
Amar es elegir
no acumularte.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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