lunes, 7 de julio de 2025

LA VIOLENCIA

 

En las colinas azules de San Jacinto, donde el viento olía a café y leña encendida, vivía don Isidro Montoya, el último liberal de sombrero blanco en un pueblo que había sido tragado por el azul oscuro de los conservadores. Su casa, una finca de tejas rotas y gallinas libres, quedaba al borde del camino que conducía al olvido.

 

Dicen que fue en la Semana Santa de 1948 cuando el cielo se rajó como un costal viejo, y por esas grietas entró el fuego. Jorge Eliécer Gaitán, el que muchos llamaban "el Caudillo de los pobres", cayó a la una y cinco de la tarde frente al edificio Agustín Nieto en pleno centro de Bogotá, y con él se desangró la esperanza. En San Jacinto no hubo misa, ni procesión. En vez del Viacrucis, corrió la noticia como un gallinazo: “¡Mataron a Gaitán!”

 

A los tres días llegaron los “Pájaros”, hombres de camisa azul y machete en la cintura, traídos por el alcalde conservador, quien hablaba con la voz de Dios y firmaba los decretos con sangre seca. Entraban a las casas preguntando por las biblias liberales, que nadie sabía si existían, y cuando no las encontraban, se llevaban al padre, al hijo y al perro, por si acaso eran subversivos.

 

Don Isidro tenía un gallo llamado Gaitán. Un animal altivo, que cantaba con rabia al amanecer. Cuando los “Pájaros” lo oyeron, dijeron que eso era incitación al desorden y lo degollaron sobre la pila del lavadero.

 

Desde entonces, don Isidro no volvió a dormir. Al tercer día, bajó de la montaña su sobrino Rafael, con la cara tiznada de humo y un revólver herencia de su padre, muerto en una emboscada de los “Chulavitas”. Rafael venía de las guerrillas liberales del Tolima, donde los hombres escribían sus ideas en la corteza de los árboles y enterraban a sus muertos sin nombre.

 

- Tío, dijo, ya no hay Dios que nos salve. Aquí solo queda monte o tumba.

 

En los años siguientes, la tierra parió sangre. Las mujeres enterraban a sus hijos sin lágrimas, los curas repartían hostias con la mano temblorosa y las estaciones del tren cargaban más cadáveres que café. Los soldados de la policía política, vestidos de ley, pero armados de odio, llegaban con listas. Si el apellido terminaba en "ez", había sospecha. Si tenía acento en la voz o ideas en la cabeza, ya era suficiente para colgarlo de un árbol.

 

A veces el cielo se ponía tan rojo que los niños pensaban que era la segunda venida del demonio. Otros juraban ver a Gaitán caminando entre los sembrados, recogiendo las almas de los campesinos con su sombrero alado.

 

En 1953 llegó el general Rojas Pinilla como una tromba de uniforme bien planchado. Trajo promesas de paz y radios de pilas que repetían que la guerra había terminado. Pero en San Jacinto, la guerra dormía como un tigre. Rafael bajó al pueblo con una bandera blanca y lo devolvieron en pedazos.

 

En 1958, cuando se creó el Frente Nacional, los periódicos celebraron el fin del mundo. Los jefes conservadores y los jefes liberales se repartieron el país como quien reparte un animal muerto. Pero nadie le explicó a las viudas ni a los huérfanos qué hacer con los cuchillos heredados, ni a los perros con el olor de la pólvora impregnado en el hocico.

 

Don Isidro murió en 1962, en su hamaca, con el rostro vuelto al patio donde antes cantaba el gallo Gaitán. Dicen que se fue en paz, aunque en su mano tenía un recorte viejo con la foto del líder caído y en la otra, una bala marcada con una cruz envuelta en papel periódico.

 

San Jacinto sobrevivió, pero quedó hueco. La plaza mayor se llenó de estatuas sin nombre, las campanas de la iglesia repicaban con miedo y los árboles crecieron torcidos, como si quisieran evitar ver el suelo donde se derramó tanta sangre.

 

Hoy, los nietos de Rafael escriben canciones tristes y los nietos de los Pájaros venden abonos o loza esmaltada para los campesinos. Pero cada tanto, en las noches sin luna, un gallo invisible canta en los patios vacíos. Y los ancianos, que aún saben la historia, se persignan y murmuran:

 

- Fue la Violencia, mijo…

- La que vino sin preguntar y dicen que se fue pero allí camina en el pueblo, como si nada.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos

Violencia 
Obra de Fernando Botero
tomada de las redes



No hay comentarios.:

Publicar un comentario