Y yo -
militante de la caricia,
insurrecto del deseo que no se rinde-
me quedo.
No huyo,
no pacto,
no claudico.
Me quedo
como se queda la raíz
cuando pasa la tormenta,
como se queda el pan
esperando el hambre justa.
Aquí,
donde la guerra pretende llamarse orden,
donde el mercado suplanta la ternura,
y el reloj estrangula el ritmo del alma,
yo abro una trinchera.
No de piedra,
sino de tacto.
No de muros,
sino de brazos abiertos.
Un refugio para los cuerpos sin patria,
para los sueños perseguidos,
para los besos exiliados
por decretos sin alma.
Aquí no entra la guerra,
porque hay silencio sagrado.
No entra el mercado,
porque no hay precio para el amor.
No entra el reloj,
porque la eternidad comienza
en cada gesto que no espera.
Y yo -
insurrecto del abrazo,
profeta de la ternura-
me quedo,
sembrando calor en medio del miedo,
haciendo del deseo una casa
y del cuerpo
una tierra prometida.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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