Ven.
No tardes.
Mi cuerpo te anhela
como se desea el fuego
en una tarde lluviosa y fría:
sin teoría,
con urgencia.
Mis manos te extrañan al despertar,
como si tus dedos fueran
el primer aliento de vida.
Tu olor - sí, tu olor
-
me invade el pensamiento.
Baja,
me sacude,
me anima
a seguir viviendo.
Ven a mi cuarto.
No hables.
Solo golpea.
Solo aparece,
como llega la noche buena.
Que mis labios y tu piel
se reconozcan sin explicación.
Que el deseo nos lleve
sin culpa,
sin nombre,
sin final.
Tómame
como quieras,
como siempre,
como nunca.
Esta vez
no habrá límites,
solo las ganas
de levantarnos a mirar el sol.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Mi tierra la del Galeras
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