viernes, 25 de julio de 2025

CARTAS DE AMOR 46

Señora Bonita,

 

No se lo diga a nadie, pero cuando usted no está, pienso con tanta claridad que hasta me da miedo. Y, sin embargo, apenas me mira, me quiebro.

Hay algo en su boca que no es solo boca: es un abismo dulce, y yo - lo confieso - quisiera caer ahí como quien se entrega al milagro.

No sé si esto que siento es amor, fiebre o delirio, pero cada vez que la imagino, algo dentro de mí arde y se rompe al mismo tiempo.

La deseo, sí. Pero no como se desea algo bonito. La deseo como se desea el agua cuando se ha caminado por el desierto.

Quisiera tenerla aquí, pegada a mí, respirándome en el cuello, diciéndome con el cuerpo todo eso que las palabras no saben decir.

 

Pero también me asusta. Porque usted me importa. Y cuando algo me importa, tiemblo.

Tengo miedo de que esto que arde se vuelva ceniza sin siquiera haber tocado su piel; miedo de que la vida, en su torpeza, nos desvíe antes de cruzarnos de verdad.

Y aun así, le escribo.

Porque usted me hace querer apostar.

Porque su risa suena exactamente como la felicidad que siempre imaginé.

 

No le pido nada.

Ni promesas ni certezas.

Solo que, si un día usted también tiembla por mí, no calle.

 

Yo estaré aquí, con las manos abiertas y la boca - mi única bandera - lista para rendirse en su abismo dulce.

 

Siempre suyo,

en pensamiento, deseo

y temblor.


Jorge Alberto Narváez Ceballos  



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