miércoles, 25 de junio de 2025

DESOJANDO MARGARITAS


 Te amo,

pero no te retengo.

Te deseo,

pero no te ato.

Te tomo,

pero no te poseo.

Te miro,

sin cerrarte.

Te toco,

sin borrar lo que fuiste.

Te escucho,

sin callarme.

 

Deshojando margaritas

aprendimos a no dejarle al azar

lo que el alma sabe,

a no pedirle permiso al silencio

para sentir,

a no hacer del deseo una rifa

ni del cuerpo una apuesta.

 

Cada pétalo caído

fue una mentira menos.

Una renuncia a la jaula,

una puerta abierta.

 

No viniste para que te escojan

como se escoge un vestido en la vitrina,

viniste a elegir.

Y si me eliges,

es porque sabes que en mi abrazo no hay clausura,

porque entiendes que mis cicatrices no son tuyas

pero no las niegas,

porque cuando me abro,

no entras para cerrar,

sino para quedarte con las ventanas abiertas.

 

Deshojando margaritas

entendimos que el amor no es limosna,

que el deseo no se debe,

que el cuerpo no espera ser aprobado.

 

Mi piel no es tierra prometida

ni campo abandonado.

Es selva que canta,

que ruge,

que huele a fruto y a hambre.

Es jardín sin cerca,

es templo sin dueño.

 

Y cuando me abres paso entre tus piernas,

no estoy conquistando,

estoy siendo convocado.

Porque en tu reino no hay princesas dormidas:

hay diosas de carne,

de sangre,

de risa y cicatriz,

diosas que arden

y deciden.

 

Así que guarda tus dudas.

Guarda tus “si te portas bien”.

Si me amas,

hazlo con el pulso firme

y el alma despierta.

Hazlo sin contar pétalos

ni cerrar bocas.

 

Y si un día no florezco,

no me pidas silencio:

ámame igual,

como se ama la tierra

cuando descansa.

 

Jorge Alberto Narváez Ceballos



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