En estos tiempos turbios, donde
la verdad es mutilada y la esperanza es cercada, es preciso recordar que la
historia de los pueblos no se escribe en el mármol de los poderosos, sino en la
tierra fecunda de los que resisten.
La derecha colombiana - que no es
más que la prolongación global de una lógica de muerte - ha respondido, como
siempre, con engaño y mentira. No soporta que un pueblo se levante con
dignidad, que un gobierno hable de justicia y no de represión, que los de a pie,
los de siempre, los de abajo, se conviertan en protagonistas de su destino. Por
eso bombardean con odio. Por eso atacan desde los grandes medios que han
sustituido la palabra por el veneno, la información por la propaganda, y la
historia por el miedo.
En Colombia, esa nación herida
pero jamás rendida, asistimos a un asedio calculado. Se repite el guion:
distorsionar, dividir, deshumanizar. Una estrategia que bebe directamente de
los manuales oscuros de la propaganda nazi, donde la mentira repetida se
convierte en instrumento de dominación. Acusan, sin pruebas. Dicen, sin alma. Y
cada palabra que lanzan no busca el diálogo, sino la guerra.
Pero nadie dijo que iba a ser
fácil.
Construir la paz en un país
moldeado por décadas de sangre no es un acto ingenuo: es una revolución
espiritual. Implica desarmar no solo los fusiles, sino los odios enquistados.
Implica hablar cuando otros gritan, cuidar cuando otros destruyen, amar cuando
otros matan.
Y aquí está el pueblo, caminando
con la frente en alto, aún con los pies cansados. Sembrando dignidad en cada
barrio, en cada vereda, en cada universidad, en cada canto que nace desde la
entraña y no desde el interés. Este pueblo sabe que la paz verdadera no se
firma: se teje con memoria, con justicia, con pan, con tierra y con ternura.
La oligarquía podrá poseer los
canales, los micrófonos, los bancos y las empresas, pero no puede poseer el
alma de un pueblo que despertó. Podrá inventar guerras, pero no podrá matar el
anhelo profundo de una Colombia distinta.
Porque como decía Dom Helder
Câmara: “Cuando uno sueña, es solo un sueño. Cuando muchos sueñan juntos, es el
comienzo de una nueva realidad”.
Sigamos soñando. Sigamos
resistiendo.
Nadie dijo que iba a ser fácil, pero
es sagrado lo que estamos haciendo.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
Creo que un discurso de buenos y malos no es conveniente para el país, pero, sobre todo, no es conveniente con la verdad, porque la izquierda ha demostrado, por sus hechos, que puede ser tan infame, cruel y despiadada, tanto o peor que la derecha. Divinizar a unos y demonizar a otros es nadar en la superficie del problema.
ResponderBorrarQue pena con usted, pero la reivindicación de derechos y la lucha por la justicia social, jamás ha sido un discurso de odios. El argumento principal es el amor que el mismo Cristo profesó por los más pobres, basta con leer los evangelios para constatar. Decir lo contrario es hacer burla del principal de los mandamientos. Amar... De resto es carreta
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