(una mañana lluviosa que te
nombra)
Llueve, como si el cielo tuviera
también ganas locas de besarte. Y yo aquí, con el corazón en la mano, goteando
tu nombre entre los dedos.
La nostalgia me sabe a café frío,
a canción sin final, a piel que se recuerda sola en el hueco de tus ausencias.
No es tristeza – no –, es otra cosa: es la ternura que se ha quedado sin
abrigo, esperando en la puerta de tu boca.
Me dueles con esperanza. Me
faltas con el afán de volver a tomarte de la mano. Eres esa lluvia que moja sin
tocarme. Y aun así, te amo sin pausa. Te amo con esa perseverancia de las
raíces que buscan agua bajo un suelo dormido.
No tengo certezas. Tengo esta
urgencia húmeda que me late en la garganta cuando imagino tu beso posándose
como lluvia mansa en la rendida geografía de mi boca.
Palpitaciones.
Eso soy hoy.
Un tambor de pecho,
un himno secreto,
un poema empapado
que sólo se seca
si tú lo lees
con los labios.
Jorge Alberto Narváez Ceballos
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